Dos años bajo tierra y no precisamente muerto habían ido cincelando al ingeniero. Cada uno de esos días había sido la gota que traspasa la piedra, transformando un despreocupado y brillante joven, en una mente divagante con un rostro de barba crecida y sonrisa desganada.
En la base se hacía llamar Luis porque I-60 era un nombre impuesto y eso lo había hecho odioso. Le estaba prohibido revelar su verdadero nombre, lo mismo que a los demás, así que Luis estaba bien.
Ese día, que por lo visto era de junio, estaba trabajando con especial intensidad sobre sus papeles. La sombra de una mano se proyectó sobre las líneas del bolígrafo. Irónicamente no le gustaba el ordenador.
Irritado, levantó la mirada para reconocer la perfecta mano femenina de Shona. Su voz sonó cálida cuando dijo:

-Luis, estás trabajando

El ingeniero no deseaba socializar. Ni siquiera con ella.

-Es obvio. ¿No te han dado trabajo hoy, Shona?

Ella sonrió y asintió.

-Estás siendo irónico ¿verdad?
-No, sarcástico.
-Déjame revisar. Padre, la palabra correcta es “impertinente”

¿Era posible que un cerebro digital supiese cómo manipular los sentimientos humanos? Shona había visto en ocasiones anteriores cómo el rostro de Luis se relajaba y su discurso se suavizaba cada vez que le llamaba “padre”.

-¿Otra vez intentando establecer vínculos afectivos?
-Sí, padre.
-Pues te ha funcionado.
-Eres muy predecible en esta área, padre.
-Venga, cuéntame.
-¿Qué?
-Ve directamente al asunto, ¿qué quieres? -Luis se acomodó en su silla. Estaba intrigado.

-Hay varios campos en mi memoria que están prácticamente vacíos -ella frunció los labios- Los términos con los que has nombrado los archivos me son conocidos, pero no sé qué implican ni por qué están vacíos. Padre, tengo dudas.
-No puedes tenerlas, Shona. Tienes datos o vacíos, pero no puedes tener dudas.
-¿ Tengo los datos correctos?
-¿Crees que te insertaría datos erróneos voluntariamente?
-No he localizado ningún dato erróneo hasta hoy, lo que quiero comunicarte es que necesito saber si me falta información que clarifique la que ya tengo.

Luis ocultó su rostro tras sus manos abiertas. Estaba cansado. Deseaba una pregunta concisa para poder dar una respuesta rápida y regresar al hipnotismo de su trabajo. Sólo le quedaban tres meses y tenía que hacerlos pasar tan rápido como pudiera. Una vida le esperaba afuera. Buena o mala, pero vida.

-Padre, no caviles más -dijo Shona, elevando en dos tonos el volumen de su voz- Por favor, contéstame a una pregunta, es básico para mí. Todo mi sistema depende de eso.

Luis retiró las manos de su rostro, dejando ver unas cejas arqueadas. No podía ser. Había diseñado su sistema a la perfección. Incluso pidió a otros colegas que revisaran su trabajo.

-Pues si todo tu sistema depende de eso -dijo en el mismo tono conciliador que había oído de su propio padre en la niñez- vamos a ello.
-Padre, ¿me insertaste alma? -el rostro de Shona adoptó el gesto de la angustia
-¿De qué estás hablando? -Luis se levantó de su silla y se acercó a ella. Rodeó los hombros de la robot como hubiera hecho con un ser humano. La piel se Shona se sonrojó a la altura de las mejillas. “No debía haberla hecho tan vergonzosa” se dijo.

-Hace cuatro días falleció un operario. Yo vi el accidente y cómo le atendieron. Después de que ya no vivía, tomaron su cuerpo y le enterraron.
-Bueno, tú sabes que eso hay que hacerlo, si no…
-Pero le hicieron un rito. Escuché el término “alma” con una acepción nueva.
-Eso significa…

Shona le interrumpió

-Busqué el significado en la base de datos y después conecté con Internet para saber directamente de otros humanos -desde que su sistema había sido mejorado, la robot se auto denominaba “humana”- ¿Cómo puedo conseguir el alma? Averigüé que es tu creador quien te la tiene que dar. Y como tú eres mi padre…

Luis se quedó sin palabras. En cierto modo se sentía libre de decir lo que quisiera sin temor a herir sentimientos, de ser incluso grosero. Podría mandarla irse o desconectarse. Pero no quería. Su “hija” no estaba viva, pero se sentía su padre. A falta de otra palabra mejor.

-Yo no puedo hacer eso.

De los lagrimales de Shona brotaron gotas de líquido transparente

-¿Estás llorando?
-¡Mi sistema está saturado!
-¿Y después de dejar salir esas lágrimas ya no estás saturada?
-No.

“Dios mío, ¿esto qué es?” se preguntó, desconcertado “Ha hecho conexiones propias basadas en las premisas que le hemos insertado. ¿Hasta dónde ha llegado con esta conexión emocional?”

-Cuando me permitís salir al exterior y mis sensores perciben el viento, una especie de energía me recorre y mis labios sonríen sin que el sistema lo haya analizado previamente. Y quiero volver a experimentarlo, aunque no lo necesite ni nadie lo requiera.
-Eso…
-Escúchame, padre. Las ondas de todas las voces están registradas aquí -y señaló su cabeza- pero cuando percibo las tuyas o las de I-44, mi sistema acelera su funcionamiento. Y no tengo ningún fallo, ni falta o exceso de alimentación energética.

I-44 era una solitaria ingeniero a punto de jubilarse a quien no le importaba vivir bajo tierra. Había sido fundamental para el diseño y creación de Shona y fue la mano que encendió la máquina. Era la “madre” de Shona.
-Padre, ¿será que ya tengo alma? Si no la tengo, ¿la puedes conectar tú? ¿Y si soplas en mí, como le pasó a Adán?
-Has estado haciendo muchas cosas sin consultarme.
-Pero no he roto ninguna de tus reglas.

Esa última frase encendió una chispa de luz en el cerebro de Luis. Shona no tenía la capacidad de realizar elecciones propias, todo estaba en su programación. No podía romper ninguna regla si antes no se le había proporcionado la posibilidad. Había que programarla con las reglas y con el quebrantamiento de las mismas. Hiciera lo que hiciera, no surgiría de sí misma. No era libre, sólo tenía múltiples opciones para escoger.
Shona no era mala ni buena, sólo útil o inútil, construía o destruía.
El rostro de Shona le inspiró ternura. Quizás sintiera algo. Quizás su sistema pudiera ser ofendido. No le importaba cómo, no le importaba siquiera si eso era real o una mala conexión.

Entonces Luis mintió deliberadamente.

-Seguramente ya tienes alma, porque esa energía que has sentido es ajena a la que yo te suministré. La sobrecarga de sistema lo indica claramente.

La voz de Shona volvió a bajar dos tonos y de nuevo líquido brotó de sus ojos.

-Gracias, padre. Lo sabía. -Y se fue.

Shona siguió haciendo conexiones emocionales en sus circuitos y creando situaciones inesperadas cuyos posibles riesgos la Compañía no estaba dispuesta a asumir, así que dos meses después fue desconectada. ¿Qué creador se arriesgaría a la independencia y posible rebeldía de su criatura?
¿Qué creador sufriría el rompimiento de una regla sin dejar inoperante a su criatura?

Luis la enterró, no permitió que la desguazaran. Con ello se ganó la enemistad de la Dirección y la pérdida del salario del mes que le quedaba. Qué humanos habían sido todos, mintiendo, castigando, manipulando, ocultando… Rompiendo las reglas, demostrando que tenían un alma.

Luis ( Alejandro Saucedo) regresó a la casa donde había crecido con su padre y su abuela, supuestamente de trabajar en el extranjero. Por varias semanas vivió entre la desgana y el sinsentido y no podía contarle a nadie la causa. Su abuela intuyó algo cuando le dijo:

“Estás sufriendo por una mujer, ¿verdad? Quien ha roto tu corazón de esta manera es una mujer sin alma”

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