Todos los días al ir a la escuela cruzaba el estanque, en él su trémulo reflejo lo saludaba, pero Caín pensaba que esa imagen parecía retarlo. La mirada del agua era torva, con un dejo maligno que le hacía temblar, sin embargo, no podía variar su camino, algo le impelía a volver.

Esa mañana su padre le riñó por las calificaciones obtenidas, advirtiéndole que si éstas no mejoraban pronto tendría que ponerse a trabajar, pues él no mantendría haraganes. Caín pensó para sí mismo:
– Un día seré mayor y entonces te enseñaré.
– Hala, a la escuela gandul, hoy te irás sin desayunar.

Caín tomó sus útiles y salió de su casa. El trayecto a recorrer era largo y cada día amanecía más tarde; cuando al fin alcanzó el estanque apenas brillaban los primeros rayos del sol. Las aguas se veían profundamente negras. Al cruzarlo se sorprendió buscando su reflejo, que parecía huir de su mirada hasta perderse en el fondo, sin saber por qué la piel se le erizó y un frío intenso le invadió, entonces decidió correr tanto como podía, pero al llegar al extremo del puente lo vio, ahí estaba, a no más de diez pasos, guarecido en las sombras de los árboles próximos. Calculó que tendría su misma estatura, parecía un chiquillo, no mayor de diez años, pero algo en su figura le intranquilizó, su voz le hizo temblar cuando le dijo:
– Por fin me has visto.
– Quién eres tú –respondió Caín.
– Poco importa, te he estado vigilando y quiero proponerte un trato.
– No puedo ayudarte.
– Cómo dices eso, aún no sabes que quiero –le dijo cerrándole el paso.
Caín vio entonces sus ojos inyectados en sangre, sintió su aliento fétido y comprendió que eso no era un niño.
– Déjame ir –le gritó.
– No, tu harás lo que yo te diga.
– Debo ir a la escuela.
– A ti no te gusta, diría que la odias.
– Mentira, quiero ser un gran escritor, ya estoy aprendiendo en Taller de relatos y DesafiosLiterarios.com
– Mentira… mmm… bella palabra –le dijo, tocándole el brazo, quemando su piel al contacto. El escritor seré yo.
Caín trato de caminar, pero sus pies parecían echar raíces en la tierra. No pudo moverse, dolor y angustia intensa le invadieron al darse cuenta que su cuerpo ya no le pertenecía.
Vio aterrado como su figura se alejaba del estanque, mientras las gélidas aguas lo rodeaban. Gritó… nadie lo escuchó.

El maestro quedó sorprendido con el cambio de Caín, ese día trabajó eficientemente, lo que le agradó. Sin embargo, su mirada fría y dura le inquietaron. Al terminar la clase, se acercó a él, le felicitó por su composición, ha sido excelente -le dijo.
– ¿Tan buena como con las aceitunas negras de Aragón? –le preguntó Caín tocándole el brazo.
– ¿Cómo sabes que me gustan?
– No me gustan –le escuchó decir el maestro viendo como su cuerpo se alejaba sonriendo socarronamente.