ADONISAhí estaba, apuesto e imponente. Adonis era un adefesio comparado con él. Ella simplemente no podía ni abrir la boca. Por tercera vez le indicó desde su asiento que comenzara. El pianista con pena ajena le dijo con voz apenas audible: ¿Quieres solfear un poco para abrir la garganta?
– Si yo supiera solfear no sería cantante –contestó de manera altanera.
La música sonó inundando el teatro. Su voz se escuchó potente, diáfana, haciendo estremecer a los presentes. Ella se transportó olvidando por un momento todo el trabajo que le esperaba en la casa que antes fuera suya y que ahora estaba en manos de la antigua esposa de su padre. La pieza estaba por terminar y a los ojos de varios de los espectadores asomaban lágrimas trémulas de emoción. Fue entonces que llegó la estrella de la obra. Su rostro dejó traslucir por un momento incredulidad, envidia y temor, pero rápidamente se repuso y moviéndose de manera sensual atravesó frente al director, quien no pudo menos que recordar ese cuerpo que hacía poco le había regalado momentos plenos de placer.
Se sentó a su lado, aproximando su boca roja a la oreja y le dijo:
-Todo tiene, por lo menos, un par de límites. Una gran voz sin duda… pero su presencia, que te puedo decir de ella… mmmhhh, jamás podrá estar sobre un escenario o sobre tu escritorio, mírala, no tiene personalidad, es fea, no pierdas el tiempo.
– Pero tiene una voz maravillosa
– Haz lo que quieras, en cinco minutos estaré en tu oficina, no traigo ropa interior… y estoy ardiendo… -dicho lo anterior se incorporó del asiento haciéndole un guiño de complicidad, mientras le decía al alejarse:
– Te espero… no tardes.
El silencio inundó el teatro cuando su voz calló. Todos esperaban expectantes, imaginaban que sería el lanzamiento de la temporada, así de maravillados estaban.
El director se puso en pie. Ella sintió como le temblaban las piernas, al fin escucharía al hombre que le significaba todo en la vida: admiración, amor, atracción…todo.
– ¿Niña, quién te dijo que cantabas? Tu lugar está en una cocina, fregando platos, cocinando, si tienes un poco de suerte.
– Vuelas demasiado alto… Tienes la presencia de una sirvienta y en el escenario necesitamos princesas, que digo princesas, necesitamos reinas que brillen con luz propia y no patitos feos o cenicientas que esperan que una hada madrina les haga un milagro. No me quites más de mi valioso tiempo –le dijo al momento en que su mente imaginaba a su estrella moviéndose encima de él, lo que le produjo una erección inminente.

Con prisa el director se dirigió hacia su oficina, donde la estrella le esperaba desnuda e inclinada sobre su escritorio. Nada más entrar, se bajó los pantalones y se vino en su interior.
Ella, indignada, bajó del escenario, su robusto cuerpo temblaba mientras pensaba: Esto sí que es una madrastra y lo demás son cuentos.