Era una semana complicada para mi mamá. Tenía que hacer varias diligencias y seguir con su trabajo de ventas de avon y afines.

Esa semana también era la última para las inscripciones en el liceo y ella simplemente no podría ir. Realmente el trámite de la inscripción era muy simple, así es que decidimos que iría yo. El plazo era hasta el viernes de esa semana pero acordamos que yo iría el jueves, por sí había algún contratiempo con la inscripción y entonces tendríamos el viernes para que mi mamá fuera al liceo y me inscribiera. Todo este plan tenía dos limitantes: Las inscripciones eran por la tarde y mi pequeño sobrino Daniel tomaba su siesta vespertina de 2 a 4 pm. Yo tenía que hacer el trámite de la inscripción en menos de una hora o como máximo 2, para que cuando llegase a casa, Daniel aún estuviera dormido.

Y llegó el día jueves. Mi mamá me dejó sobre la mesa del comedor la resma de papel para la inscripción y una planilla previamente llena. Almorzamos y cada quien salió a trabajar. Mi mamá se quedó a acostar a Daniel en su cuna, se arregló y salió a trabajar.

Yo esperé a que Daniel se durmiera para salir al liceo. La tarde estaba muy gris lo que presagiaba que iba a llover. Tomé la resma de papel y la planilla, y salí en volandas hacia el liceo. El cielo se ponía cada vez más oscuro, las gotas de lluvia se olían en el ambiente.

Llegué al liceo, había una pequeña cola para las inscripciones, hacia allá fui y esperé mi turno. No tenía reloj, y aún no lo tengo, pero según mis cálculos, no había pasado ni media hora desde que había salido de mi casa. La cola iba avanzando de forma rápida pero la lluvia también. Cuando era el número cuatro en la fila, la lluvia empezó a caer de forma copiosa. Las gotas eran gigantes y muy pronto el patio y la calzada del liceo estuvieron completamente anegados.

Al fin llegó mi turno, entregué la planilla y la resma de papel, el profesor las tomó y me preguntó por mi representante, yo le dije que no había podido venir debido a su trabajo, se me quedó mirando unos segundos entre intrigado y suspicaz, pero después puso los sellos y su firma en la planilla de inscripción. El trámite estaba completado.

La gente se iba aglomerado en el liceo esperando a que amaine la lluvia. Me fui abriendo paso entre la gente y decidí que no podía esperar, tenía que regresar a la casa tan rápido como había llegado. Salí corriendo en medio de ese gran aguacero. En cuestión de segundos quedé enteramente empapado.

La calle era una laguna. El agua me llegaba por arriba de las rodillas. En aquel tiempo ya había llegado al metro setenta de estatura, la cual aún ostento, es decir que al menos habría unos 60 centímetros de agua. Fui avanzado al ritmo que me permitía el agua.

Llegué al lado de un motorizado que se había caído de la moto, estaba tratando de pararla pero no podía. Lo ayudé y seguí adelante. Doblé en la esquina para subir a la avenida Francisco de Miranda, el agua bajaba por la calle con fuerza pero no con el nivel que tenía en la avenida Libertador. Iba cada vez más rápido, llegué al edificio y subí hasta el último piso. Abrí la puerta del apartamento y entré. En el medio de mi cuarto estaba Daniel, sentado y risueño, jugando con mis carritos de carrera. Por aquel entonces, yo tenía una caja grande llena con los juguetes de mi infancia: soldados de plástico, carritos de carreras, rompecabezas, entre otras cosas. Daniel se había despertado y bajado de la cuna, lo cual había empezado a hacer unas semanas atrás. Me lo imagino caminando la casa y al no encontrar a nadie empezó su exploración. La caja era fácil de abrir y descubrió los juguetes y los fue sacando uno a uno. Yo lo miré y lo dejé feliz en su mundo. Plash plash sonaba cada paso que daba hacia el baño, los zapatos estaban llenos de agua. Fui al baño y me fui sacando la ropa empapada. Estaba orgulloso de haber podido inscribirme en el liceo -eso se suponía que sólo lo hacían los representantes de los estudiantes-, feliz porque Daniel estaba bien y muy feliz con su hallazgo; y un poco inquieto; Daniel con su descubrimiento había hecho que yo me diera cuenta que la infancia era cosa del pasado y que ahora empezaba otro tipo de aventuras en un mundo desconocido y a veces intimidante.