¡Maldita sea!
Como me pervertía su mirada,
la cual era capaz de inflamar mis mas bajos instintos.
Y su cuerpo,
la sensualidad le brotaba a flor de piel, era solo cosa de verla para que la lujuria hiciera que me abalance sobre ese cuerpo ardiente.
En cada encuentro la desvestía con brutalidad, solo ella lograba sacar la bestia ardiente y anhelante de sexo salvaje que habita en mí.
¡Sus besos!
Si habéis alguna vez tenido una experiencia religiosa, sabréis de qué os hablo.
De esos besos apasionados, que hacen resurgir el fuego de hasta el volcán más extinto.
¡Su piel!
¡Maldita sea su piel!
Mientras la poseía, mis manos la recorrían entera, era de ese tipo de piel capaz de darle vida propia a mis manos,
y qué placer me provocaba cuando las mismas recorrían y amasaban sus dos altos montes, cuando mis dedos jugaban y le daban suaves apretones a sus cumbres.
¡Jamás mis manos recorrieron tan suave e intensa piel!
Si el solo hecho de recordar esas largas noches de sexo desenfrenado, aún causa estragos en mi virilidad.
Y si les contara de su sexo,
de esa atrayente droga que habita en su entrepierna,
mi boca podía posarse horas dentro de esa húmeda cobija,
mi lengua recorrerla entera, saborear cada rincón de su entrepierna, era como beber del más dulce maná.
¡Que lujurioso y placentero el recuerdo de nuestro amor salvaje!
Podía estar eternidades enteras embistiéndola, penetrándola, besando su ardiente boca, y amasando sus senos.
Mujer así no he vuelto a encontrar, no era yo, era solo ella quien podía lograr en mí, la brutalidad con la que le hacía el amor, era ella quien lograba la potencia que cualquier hombre desea, era su mirada, su cuerpo, su voz… Y esa exquisita forma de moverse, mientras estando nuestros cuerpos sudados, brutalmente hacíamos el amor.

Autor: David Veliz Laroze
Libro: Con mi lengua en tu entrepierna, cómo versos en tu piel.
© Derechos reservados, 2018.