Su mano amasó el aire

y unos ojos brillantes le acariciaron,

escuchó el oleaje del pecho amado

emborrachándose con ese baile. 

En cada estrella la vio reflejarse,

y el recuerdo prolongó el arrullo

sobre aquel sueño ilusionado

que apenas duró un breve murmullo.

Entonces, suplicó gritos desesperado,

queriendo hacerlo siempre suyo 

aunque en su lecho ya no hubiera nadie,

y sus labios solo besaran humo.

 

A cielo raso se ahogó cara a la pared,

cuando ‘adiós’ salió de aquellos labios  

pese a que él creyó escuchar ‘ven’.

Fueron huecos todos sus abrazos,

de sangre y fuego la sonrisa de estar bien,

a ella solo la cubrían viejos harapos

cuando se alejó al amanecer. 

 

Una tormenta purgó sus agravios

y no volvió a soñar con esa mujer,

Convertido en lo que no quiso ser,

creyó nunca haber estado a su lado,

entre aquellas sombras de desnudez.


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