Mientras que en la pantalla principal se apagaba y se encendía una ‘W’ amarilla, la voz de metal de Virnav, la inteligencia artificial que controlaba la nave, ametralló el aire en la cabina del transporte espacial ‘Sweet Home’.

—Comandante Beñes, consumo de oxigeno por encima del nivel óptimo de producción. Solicito permiso para reajustarlo.

De inmediato, la comandante Consuelo Beñes, la ingeniera aeroespacial a cargo de la nave, se giró hacia donde venía el aviso. A la vez que se pasaba la mano izquierda por el pelo, intentando que su media melena rosa quedara por detrás de la oreja, con la otra mano fue accediendo a varias pantallas. Todo parecía en orden. La presión y la temperatura eran estables. Los indicadores de hibernación de los otros ocho miembros de la tripulación eran correctos; sus propios signos vitales, también. A través de las cámaras saltó de una a otra y observó los nichos ocupados por sus compañeros, el sillón de descanso todavía en la posición de cama, la taza de café sin lavar, la toalla térmica tirada por el suelo. Todo estaba como debía estar: solitario y en silencio. Igual que ella lo había dejado al despertarse.

—Virnav, haz un doble cálculo de ese dato —dijo levantando la cabeza hacia el techo y girando el cuello a derecha e izquierda como si buscara un punto en concreto al que dirigirse mientras hablaba.

Sabía que Virnav la escucharía sin necesidad de esa manía suya de tratarlo como si fuera un compañero más. Pero no podía evitarlo.  A punto estuvo de no ser incluida en la misión del año 2118 y no ser la primera tripulante hacia Tau Ceti, uno de los candidatos para la migración de la humanidad. Los neuro-psicólogos de la agencia espacial europea habían detectado la relación ‘humana’ que ella forjaba con los asistentes virtuales de navegación durante la instrucción. Tuvo que controlarse en esa fase,  pero ahora ya nadie la estaba evaluando.

La respuesta de Virnav fue inmediata.

—Doña Consuelo, ya lo hice por partida triple.

No le gustaba nada que usara el ‘Doña… ‘ y esa maldita máquina lo sabía. Pero debía reconocer lo ineficaz de su primera orden.

—De acuerdo, de acuerdo. Reajusta la producción de oxigeno… —dijo la comandante y durante unos segundos se pensó si le devolvía la ironía llamándolo ‘Navegador virtual Sx7 avanzado’ que era el nombre completo de la inteligencia artificial con la que conviviría hasta ser relevada dentro de diez meses por el holandés Smits.

Finalmente, se dio cuenta que todavía le quedaban muchas horas soportando aquel mal carácter virtual; solo le preguntó:

—Virnav, ¿alguna teoría de porqué tenemos un consumo tan elevado de oxígeno?

—Mi comandante…  —cuando la llamaba así, Beñes se echaba a temblar. —el déficit de oxígeno empezó con el despegue. Hasta ahora, no fue crítico, pero sin su orden, yo no podía ajustarlo más salvo dejar sin aire respirable la sala de los trajes exteriores donde se encuentra el noveno pasajero.

—¿El noveno pasajero? ¿De qué me estás hablando, Virnav? 

En ese momento, Virnav conectó la cámara de esa sala y se vio a un hombre de raza negra; dormitaba sobre el suelo y llevaba uno de aquellos trajes llenos de botones y tubos. 

—¿Qué hace aquí? ¿Quién es usted? ¿Cómo ha conseguido… ? 

Beñes disparaba preguntas como una ametralladora pero al polizón le costaba abrir los ojos y solo acertó a sentarse en el suelo pidiendo calma con las palmas de las manos abiertas.

Era un cuarentón guapo, pensó la comandante. Cuando se medio incorporó, le pareció que su corpulencia era considerable. De hecho, entraba sin que le sobrase nada dentro del traje de Stavros, el gigantón griego. El pelo lo llevaba muy corto y rizado, y las manos eran huesudas de dedos interminables. La palma blanquecina destacaba del ébano del  dorso. 

—Lo siento… Me llamo Dosu, Dosu Dembélé. Intenté pasar desapercibido. 

Consuelo Beñes cerró los puños y se clavó las uñas para reprimir las ganas de abofetearle. Así, sintiendo el pinchazo  en la base del pulgar, pudo recuperar algún latido. No obstante, necesitó llenar sus pulmones de todo el aire que pudo antes de responderle.

—No ha contestado a casi ninguna de mis preguntas… —Dosu abrió mucho los ojos y desde abajo los dirigió como un láser hacia los de Beñes que continuó preguntando:

—¿Es consciente de lo que ha hecho? No sabemos si volveremos algún día a la Tierra y me responde que ‘intentó pasar desapercibido’… No sé lo que voy a hacer, pero, bajo ningún concepto, abortaré la misión. 

Con un movimiento repetido de la muñeca y la mano, la comandante le pidió que se levantara. Mientras tanto, fue repasando todas las contingencias que habían simulado. Incluso en alguna estaba previsto regresar con alienígenas, pero ninguno de los cientos de cerebros que planificaron el proyecto pensó en polizones. 

—No tiene que preocuparse. Mi trabajo en la base consistía en supervisar los programas de aprendizaje de su asistente virtual. No me fue difícil entrar y pasar desapercibido —dijo Dosu ya una vez en pie.

—No me diga… — respondió Beñes en medio de una carcajada. —Dosu, ¿Es Dosu, verdad? ¿Pensó en el consumo de oxígeno, en las raciones de comida? ¿Qué hará cuándo lleguemos a Tau Ceti? Ah, ya sé, como en los barcos antiguos le haremos trabajar sin descanso de grumete. Usted está loco. Cada uno aquí tenemos una misión, nos hemos preparado durante años para ello, hemos pasado innumerables controles médicos y psíquicos… Ganas me dan de seguir el ejemplo de los piratas y tirarlo por la borda… 

La mirada de la comandante parecía echar un pulso a la de Dosu.

—Aunque no lo crea, me necesitan. A pesar de mi piel, soy tan europeo como usted. Mi abuela parió a mi padre cruzando el estrecho en una patera. Ella siempre le habló de sus amigas las estrellas, y yo no he hecho otra cosa en mi vida que prepararme para viajar hasta ellas. Mi primer trabajo fue como experto en lenguaje máquina, luego me doctoré en medicina aeroespacial y astronomía, pero mi origen no gustaba al comité de selección. Un negro y descendiente de emigrantes para salvar a la humanidad, ningún político hubiera destinado un eurodolar al proyecto. Y no se dan cuenta que quien más sabe de migraciones es quien lo lleva en los genes. 

Según le escuchaba, la comandante fue buscando recostarse en la pared que tenia a su espalda. Tanto por el tono empleado por Dosu como por las palabras en sí, el enfado inicial al descubrirlo se estaba diluyendo. Debía pensar, casi a la misma velocidad que viajaban, qué hacer con él pero Dosu continuó hablando:

—No informe de mi presencia hasta estar en el planeta al que vamos, se lo ruego. Virnav logrará llevarnos sanos y salvos, está preparado para hacerlo.

Beñes llevó su mano hasta el pelo y se arrascó la nuca varias veces. No sabía que hacer. Estaba entrenada para la soledad del viaje pero detrás de aquellos ojos negros veía otra vida, otro reto distinto y tan interesante como el que le había llevado a dirigir la nave. Lo mejor de todo, era que llevar un noveno pasajero le parecía cada vez mejor idea.

—Lo que no entiendo es cómo pudo saltarse los controles, cómo ha podido pasar desapercibido el mes y medio que llevamos de viaje.

Antes de que Dosu le contestara, por todos los altavoces de la nave se escuchó a Virnav decir:

—Mi comandante, fui yo quien le pedí a Dosu que viniera. Sabía cuanto lo deseaba pero es que, además, yo no podía dejar en la tierra a quién me creó y me enseñó desde el principio a pensar.

        ***