Anochece, 

el cielo blanquea su azul para volverlo gris,

y las olas jadean como si las cabalgaran.

Alguna estrella ya sonríe con cara de infeliz,

mientras mis latidos parecen flechas afiladas.

De repente,

las sombras reinan por edificios y personas,

el relente llora sobre farolas, calles y aceras

cuando el vendaval la garganta me aprisiona 

y siento que es mi vida con la que se juega.

Se oscurece,

se adormece el mundo y salen los espíritus,

en todo cuanto veo hay noche, nada palpo,

según la legión del ayer despierta esa tribu

que me hechiza con memorias y encantos.

Pero… siempre amanece,

y el sol acuchilla sombras, derrite los sueños,

mientras nos abraza aunque sea invierno

con nuestra huella como hoja de calendario.