( Segunda escena)

                                                     II

Tras haber hecho el amor, cerraron los párpados casi a la vez en un duermevela con el sabor del otro en la boca. La mujer y su amante disfrutaban por igual de encuentros en hoteles vulgares y poco conocidos. Siempre se hacían pasar por marido y mujer.

Estaban  en el primer sueño cuando dos silbidos consecutivos, apenas dos latigazos, reverberaron el aire dentro de la habitación.

Al hombre la bala le atravesó el cerebro y ni se inmutó. Pero a la mujer, el disparo le rompió la aorta y la columna vertebral. Antes de que dejara de respirar, notó una fuerte quemazón en el pecho. Solo tuvo tiempo para recordar que ahí mismo había sentido deslizarse las manos de su amante hacía muy poco. La mujer nunca fue consciente de lo que acababa de ocurrir y la última bocanada la soltó muy cerca del cuerpo que tenía al lado.

Desnudos sobre el lecho, como si iniciaran un abrazo, inertes pero calientes aún, los cuerpos fueron descubiertos por el encargado nocturno de la recepción. Había acudido a la habitación 516 tras recibir una llamada anónima. Aunque las manos le temblaban y no aguantó dentro del cuarto nada más que unos segundos, le sorprendió que salvo el rojo de la sangre tapizando la almohada y las sábanas, todo en aquella habitación se veía en armonía.

El recepcionista recibió en el pasillo a los dos policías que acudieron pocos minutos después.

Uno de los policías, con muchas noches de guardia a sus espaldas, comunicó por el teléfono movil a la central lo que habían encontrado. Mientras custodiaba la puerta a la espera de la científica, recibió una llamada del comisario jefe. Era extraño lo que le pedía pero él sabía obedecer sin preguntar. Hizo varias fotos a los cadáveres con la cámara del movil enviándolas al número del comisario y, como le había ordenado, inmediatamente después las borró.

El comisario jefe también sabía obedecer, ni los curiosos ni los escrúpulos con las  normas llegaban nunca a ocupar un cargo como el suyo. En cuanto recibió las fotos, las reenvió al número que el ministro le había facilitado. A continuación, las eliminó tanto del teléfono como de sus recuerdos.

En la habitación 517 el marido de la víctima permanecía recostado sobre la cama con un puro habano apagado entre los labios. Mantenía los ojos abiertos aunque con la mirada perdida y falta de vida. En el teléfono movil sonó un ‘bip-bip’, se acababa de recibir un mensaje  con fotos adjuntas.

(continuará)