Una canica cósmica viaja por el silencioso espacio a la velocidad de un misil. No más grande que una pelota de fútbol, es negra y brillante por el núcleo de níquel, oro y diamantes del que está compuesta. Parece una inagotable peonza girando sobre si misma desde que hace millones de años y tras el estallido de una estrella enana, un pliegue espacio temporal del universo corrigió su órbita. Pronto, logrará cumplir el objetivo por el que ha cruzado varías galaxias. Pronto, un planeta azul lleno de vida dentro, la Tierra, se interpondrá en su trayectoria. La cima de ‘El Modregal’, un extinto volcán de Centroamérica es el lugar elegido. El impacto es irremediable. Entre tantísimos asteroides trasladándose por el universo, nadie lo ha descubierto aún y no tiene nombre alguno. No le queda mucho de vagar por la oscuridad, el proximo cinco de agosto entrará en la atmósfera terrestre.


Petra Sánchez, vulcanóloga salvadoreña, lleva años estudiando el arco centroamericano. No ha hecho otra cosa desde que salió de su pueblito, Santa Marta, camino de la capital para trabajar y, a la vez, pagarse los estudios en la universidad. El interés por los volcanes lo lleva Petra en la sangre, Santa Marta se encuentra en la ladera de uno de esos gigantes dormidos: El Modregal. Está convencida de que algún día presenciará la explosión brutal de su cima o de cualquier otra entre las muchas inactivas que pueblan la región. Es lo que necesita para cambiar los postulados de la geología al demostrar que el nucleo del planeta está hueco y que todos los volcanes están unidos por infinitos tuneles. Ninguno de sus colegas piensa lo mismo dejándola en ridículo tanto en congresos como en artículos científicos.

De aquí para allá, atravesando selvas, subiendo y bajando montañas, recorriendo aldeas perdidas, Petra viaja en un viejo Nissan de tracción integral cargado de instrumentos científicos, además de todo lo necesario para moverse en un entorno hostil. No le preocupa que su sangre alimente a los mosquitos o el llevar siempre la camiseta y el pelo empapado, tampoco que sus costillas estén maltrechas de tanto botar sobre el asiento al transitar por caminos de tierra. Echándose a la espalda las dificultades y sin perder la sonrisa en los labios, Petra ha estudiado la actividad de simas y oquedades como si fuera una incansable hormiguita. Obteniendo muestras del terreno y realizando exhaustivas mediciones espera poder ratificar sus teorías. Hasta el momento, ha subsistido gracias a la exigua asignación de una beca a cargo de una ultraconservadora fundación religiosa estadounidense, pero le acaban de comunicar que dejarán de financiar su actividad.

Hace tiempo que Petra, marginada por la comunidad científica, se acostumbró a viajar sin compañía alguna, a pasar los días y las noches en soledad. Lo ha tomado como la condena que acompaña a su trabajo, como el precio que debe pagar por su pasión. Sin embargo, le brillan los ojos cuando ve jugar a los niños de las poblaciones que visita, le recuerdan sus años de infancia, felices y despreocupados con casi ninguna golosina o juguete, un lujo que su familia no se podía permitir. No ha tenido hijos, y con cuarenta y cinco años no espera tenerlos. Recorrer caminos enlodados lejos de la civilización ha convertido a Petra en lo más parecido a una virgen cuyo único esposo fuera el dios Vulcano.

Es cuatro de agosto y una inoportuna rotura del radiador ha provocado que Petra tenga que pasar la noche dentro del vehículo en mitad de un camino embarrado. Se dirigía a casa de sus padres en Santa Marta. La falta de fondos, la nula ayuda de la universidad o del gobierno han hecho que Petra regrese derrotada, buscando amparo y cobijo entre los suyos. Por el teléfono satelital, todavía no desconectado por la fundación, ha podido avisar al taller más cercano, aunque el mecánico no se pondrá en camino hasta que las primeras luces del día no aparezcan.

Durante la madrugada, solo con las estrellas y las palmeras como guardianes de la carretera, Petra ve un cohete, un haz de luz cruzando el cielo hasta colisionar con el cono de ‘El Modregal’. El incendio que se desata es bien visible a mucha distancia. Desde el primer momento supone que es un asteroide, pero prefiere cerciorarse y llama a la NASA, sin duda ellos lo habrían detectado antes. Nerviosa, espera varias horas una respuesta. Con el nuevo radiador recién instalado, la agencia espacial le devuelve la llamada indicándole que no tienen constancia de la entrada en la atmósfera de ninguna roca especial. Petra, con cariño maternal, se apresura a darle un nombre siguiendo la costumbre de bautizar el fenómeno juntando la población más cercana a la observación y la fecha: SAN05AGO. A continuación, conduce sin parar hasta la falda de ‘El Modregal’ en un estado de ansiedad creciente. Se siente afortunada por haber descubierto el meteorito y porque intuye que, con esa roca, pronto podrá hacer valer su tesis. A la carrera inicia la subida hasta la cima del volcán, por delante tiene una ascensión de dos horas

En las primeras horas de la tarde alcanza el lugar donde se ha debido producir el impacto. Ya no encuentra fuego, probablemente sofocado por la lluvia caída durante las primeras horas, y solo topa con una neblina pétrea que dificulta ver por donde pone los pies. Aún así, observa un cráter ennegrecido y de varios metros de diámetro. La silueta del contorno, como si se tratara el de un cadáver asesinado, es bien visible, pero dentro solo quedan cenizas y polvo, terreno compactado a sus pies, sin ninguna otra evidencia de que SAN05AGO haya quedado allí.

Petra deduce que la boca del volcán debía tener un agujero por el que su meteorito ha entrado, permaneciendo intacto en lo más profundo del ‘Modregal’ al haberse deslizado por el largo tubo que llega hasta la cúspide. Debe estar fecundándolo, se atreve a pensar. El temblor de las manos a duras penas le permite medir la actividad sísmica con un pequeño sismógrafo y averiguar la temperatura con una sonda que introduce en la tierra. Esta última es muy elevada, pero nada indica que se produzcan temblores de tierra.

Nada es igual en la vida de Petra Sánchez a partir de ese día. Publica varios artículos informando del choque del meteorito con el volcán y está segura de conseguir de nuevo la beca. Pero por más que recoge datos y toma muestras de la cima o de las laderas, dejando a cero todo el capital que le quedaba, nada predice que aquel impacto que vio vaya a provocar la explosión del volcán. También es descorazonador que el análisis de las muestras recogidas durante el primer día solo hubiera restos de tierra volcánica, magnesio y potasio junto a cenizas de musgo y retama blanca. SAN05AGO, volatilizado como si fuera un fantasma, no ha podido introducirse en El Modregal sin dejar ninguna huella, acaba pensando decepcionada Petra.

Pasa los siguientes meses sin salir de Santa Marta, ayudando a sus padres, unos viejos campesinos, en los cafetales donde ellos trabajan. Ha intentado olvidar al meteorito, de hecho hace muchas semanas que ya no busca pruebas de la existencia de SAN05AGO, aunque la presencia de El Modregal sobre su cabeza hace que sea imposible borrar todas las esperanzas que había depositado en el hallazgo.

Petra está todavía acostada cuando se sobresalta al escuchar abrirse la tierra. Al principio, le parece el rumor de una ola gigantesca. Después, el soplido de una respiración forzada para terminar, justo cuando la lava empieza a emerger y fluir ladera abajo, con lo más parecido a un grito agudo que la hace estremecerse. En un acto reflejo, todavía en la cama, se tapa los oídos y la cabeza con la sábana. Durante una tregua, en un silencio afilado que corta la respiración, consigue levantarse. Trastabilleando, se asoma a la ventana del cuarto y, sin dudar qué está pasando, levanta la vista hacia la cima de El Modregal. Los ojos de Petra quedan imantados por la lengua de fuego que comienza a fluir debajo de una nube negra que se extiende más allá del cielo. Una autopista de rocas incandescentes, un río infernal, no tardará en arrasar el bosque de cipreses y bromelias que hay entre Santa Marta y la boca del fuego. Nada remediará que al anochecer la escuela, la iglesia, incluso la casa de los padres de Petra, queden enterradas bajo el magma.

Ayuda a sus padres a salir de la casa y, junto con algunos vecinos, suben al Nissan y huyen hacia la costa. El resto del poblado también abandona sin perder un segundo Santa Marta, lo hacen en vehículos, mulas o bicicletas, cualquier medio que los saque pronto del averno en el que el pueblo se convertirá. Petra derrapa en varias curvas asomándose a escarpados barrancos, su cabeza se niega a aceptar que todos los recuerdos de la infancia desaparezcan bajo aquello que lleva toda la vida estudiando. Olvidándose de sus teorías, toma una decisión y, en cuanto deja a sus padres en un lugar seguro, regresa a Santa Marta.

Entre una lluvia de partículas de polvo, hirientes como alfileres, consigue llegar a su casa para buscar, entre los enseres con los que solía viajar, una docena de cartuchos de dinamita. Con una fortaleza que no recordaba, toma el camino que sube hasta la cima de El Modregal y va al encuentro de la lengua de fuego que expulsan las tripas del volcán. Apenas tiene tiempo de situar los explosivos, la corriente de lava avanza con la misma lentitud y firmeza que un ejercito desfilando. Cuando hace explotar los barrenos tarda en saber si ha dominado a la naturaleza o no, si ha conseguido desviar de la trayectoria asesina la nueva tierra que brota de las entrañas. Con la parsimonia de una procesión, el manto rojo inicia una amplia curva dejando a todas las casas de Santa Marta a uno de sus costados. El océano será ya lo único que lo detenga.

 

Una semana después, las olas golpean con timidez a la nueva vida surgida del vientre del volcán. Petra, desde la orilla de la playa, mira orgullosa hacia los recién formados acantilados que dan una apariencia distinta al perfil de la costa. Sin poderlo evitar, se le eriza el vello al contemplar el flamante nuevo cabo cuyo nombre nadie ya le discute: ‘Punta Sanosago’. Su acción ha salvado a todo un pueblo y el gobierno la ha propuesto para una condecoración. Ha tenido que contar en varías cadenas de televisión lo que hizo para desviar el magma y parece que la universidad la va a proponer dar clases. Pero guarda para ella misma la explicación a lo que ha ocurrido y a nadie le vuelve a mencionar la historia del meteorito. El porqué la tierra se abrió en mitad de Santa Marta dejando a la vista una veta de oro y otra de diamantes. El porqué ya no piensa que el núcleo de la tierra esté hueco. Petra se ha dado cuenta que en las entrañas del planeta está el germen del universo, pero esto jamás se lo contará a nadie.