Solidaridad  ( tercera parte y última )

-Pregunta. En esta última década tanto las masacres como las guerras, las mayores expresiones de violencia, no han aumentado sobre otros períodos anteriores, sin embargo ahora asistimos en directo y de forma global a su realización. Parece que no solo hay el deseo de aplastar a otro congénere, sino que se lleva a cabo con un plus al mostrarlo, imagino que con orgullo, al resto de la humanidad. Las redes sociales, la comunicación entre personas llevada hasta este extremo, ¿cómo piensa que nos afecta y cómo cree que evolucionará? 

-Respuesta. Escuche lo que le voy a contar. Cuando de niña estuve en Mathausen, una de las presas, de profesión periodista, cada día redactaba un artículo sobre lo que hubiera acontecido en el campo, imagínese: fulanita la llevaron a las duchas, menganita está en la enfermería. Pero no teníamos derecho ni a papel ni a un lápiz. ¿Cómo lo hacía?  Lo memorizaba para luego relatarlo en voz baja a cualquier compañera que la quisiera escuchar; a veces media docena de mujeres aguardaban turno para ponerse cerca de ella. Con esto intento decirle que el deseo de expresar lo que nos ocurre no se pierde ni bajo las peores circunstancias. Comunicarnos es tan vital como respirar. Dicho esto, a mí no me parecen mal los avances tecnológicos, es maravilloso saber lo que piensa casi cada persona que vive sobre la tierra, qué decirle si se trata de poder hablar, incluso ver en directo, a los amigos que tengo en otros continentes. Siempre habrá personas que confundan el uso de algo, que lo retuerzan para así obtener un beneficio, bien sea personal o de un determinado grupo. Si ellos son quienes generan ese, lo llamaremos: ‘problema’, el auténtico mal, el virus que lo propaga es cada persona que, con agrado o sin él, lo mira. No creo que la censura sea la solución. Al igual que con tantas otras cosas, la educación y una cultura basada en principios morales muy diferentes a los que en la actualidad se nos propone desde todos esos entornos, será lo único que nos podrá salvar. Ver a alguien consolando a una mujer violada, abrazando a un niño que acaba de ver perder a su madre, solo debería hacernos pensar en si merecemos considerarnos seres inteligentes. Cuando lo que se consigue es, en el mejor de los casos porque para algunos es también una bandera de enganche, cuando, como le decía, lo que provoca es la burla y la risa, nos deberíamos plantear si esa dirección en la que avanzamos no nos estará llevando hacía un precipicio… 

-P. Entonces, ¿a dónde piensa que está sociedad va? ¿Nos despeñaremos? 

-R. Ojalá que no, ojalá los niños de hoy sintieran ya ese horizonte lleno de oscuridad al que, yo creo, que caminamos. Pero si le soy sincera, no lo sé. Tampoco quiero ser alarmista. Los parisinos de finales del siglo XIX pensaban que la Torre Eifel se desplomaría sobre los tejados y, desde entonces, no solo ese monumento sino muchas otras cosas siguen en pie y, lo que es mejor, nos hacen la vida más fácil. Quedémonos con esto pero sin dejar de ser críticos con todo aquel uso que nos devuelve a las cavernas, como usted planteaba antes.

( La entrevista siguió, perdí la noción del tiempo escuchando a Eva, disfrutando de su conversación, aprendiendo con cada una de sus reflexiones y vivencias. En este obituario emocionado y urgente, he querido incluir también las últimas preguntas que le hice)

-P. ¿Qué espera del futuro? ¿Se sentirá orgullosa de lo que ha logrado?

-R. Estamos muy lejos de llegar a la última estación. El hombre, si algún día quiere conquistar las estrellas, desarrollarse por este vasto universo, y no me refiero solo a poblar todos esos puntitos brillantes que aparecen en el cielo cada noche ( yo creo que hay un universo aun más grande en el interior de cada persona ) debe acabar de dar el paso que inició cuando se supo inteligente. El odio, la envidia y la destrucción entre los mismos seres son gigantescas piedras a dinamitar si se quiere proseguir por ese camino. ¿Ocurrirá? Quiero pensar que sí. Aunque en la actualidad no sean los estados quienes lo lideran ni la sociedad al completo, como debería ocurrir,  y solo tengamos pequeños grupos del estilo a las organizaciones privadas y sin ánimo de lucro como aquellas que difunden y practican el legado solidario. Tengo la esperanza de que, algún día, cada hombre y cada mujer de este planeta comprenderá que es toda la especie la que debe mejorar y no solo unos pocos pisoteando al resto … Perdone, ¿cuál era su segunda pregunta? Esta cabeza mía, en ocasiones, se cubre de niebla …

-P. No se preocupe, llevamos tres horas hablando. El sol empieza a huir por el horizonte y pronto anochecerá. Su esfuerzo ha sido más que generoso. Le preguntaba sobre si se siente orgullosa por lo que ha logrado.

-R. No, en absoluto. Reincidir en todo lo que le he dicho, sería aburrirle … y lo he pasado tan bien esta tarde que nada más lejos de mi deseo… No me siento satisfecha pues el resultado aun es ínfimo. Sin embargo, no puedo dejar de creer que algún día se logrará.

Se hizo un largo silencio entre los dos. Dejó de mirarme tras la respuesta y enfocó muy lejos, más allá del horizonte dorado y azul del mar que había sido mudo testigo de aquella conversación. Me levanté, la tomé del brazo y fuimos caminando juntos hasta la entrada de la vivienda.  Un par de besos y un prolongado abrazo fue lo último que recuerdo. No quise volver la cabeza hacia atrás, ella debía seguir en la puerta. 

El taxista no paró de hablar, se sabía de memoria los resultados de la liga de futbol española. Apenas le escuché ni contesté. Mi cabeza, yo creo que todo mi ser, seguía en aquel jardín frente al mar con la voz profunda y firme de aquella luchadora retumbando dentro de mí.

Solo me queda añadir: Descanse en paz.

( Fin)