• ¡Vive tu vida!—¡Hooolaaa! Hacía tanto tiempo que no te parabas delante de mí. No pongas esa cara .. meses y meses, años sin contemplarte con serenidad, sin disfrutar de tus ojos verdosos y chispeantes,  de  tu sonrisa juvenil, tan parecida a la de Audrey Hepburn. Cuando estás feliz pareces un árbol de navidad encendido. Antes, pasabas por aquí delante y solo devolvía la imagen de  tu cabeza agachada, tu mirada perdida. Ni tan siquiera te parabas un segundo a preguntarte: «¿cómo me veo hoy?». Pero nunca es tarde para reencontrarse, ¿verdad?
  • —Llevas razón … hace demasiado tiempo que no me sincero. Ya ni recuerdo la última vez. Sería con aquellas lágrimas tan frías y afiladas. Debieron ser las últimas. La apoteosis final que fue descubrir que «la niña» había sacado todo el dinero del depósito bancario que teníamos entre las dos sin decírmelo. Total, para que el impresentable del pintor que tiene por marido pudiera exponer en Berlín… Todavía le creí al decirme que lo repondría con las ventas de los cuadros. Ni uno vendió. —Perdona, eso te ha ocurrido porque eres tan buena que pareces tonta. Desengáñate. ¿No crees que ya es hora de pensar en ti? Si te hubieras visto… Todavía me acuerdo como estabas de ilusionada con tu carrera de arquitectura, como no deseabas otra cosa sino acabarla hasta que Eduardo empezó a insistir en ser algo más que compañeros de cama para proponerte iros a vivir juntos. Y tú, porque en realidad le amabas tanto como  llegar algún día a diseñar edificios, accediste. —Sí, entonces era muy feliz. También cuando me convenció que lo mejor sería tener a la niña y dejar colgados materiales y estructuras de tercero. «Solo será un año», dijo y añadió que después él me ayudaría con las asignaturas. Además, acababa de entrar de becario en la empresa de su padre mientras concluía el proyecto fin de carrera. «Un nieto y papá me abrirá las puertas del consejo de administración de par en par», y no se equivocó. Siempre calculador aunque diera otra imagen distinta…—Más que imagen, yo diría otra piel. El típico lobo del cuento recubierto con piel de cordero. Y tus ojos eran los suyos, solo veías aquello que él quería. Y te quería en la casa y no a su lado en la oficina, te quería al cuidado de los hijos y no estudiando.

    —Desde luego, no quería y la vida se alió en mi contra. ¿Cómo seguir yendo a la facultad y preparando las asignaturas si la patología de Laura requirió operación tras operación de corazón hasta que tuvo cinco años? ¿Cómo iba yo a continuar la carrera en esas noches interminables viendo a quien había parido conectada a cables y respiradores? Imposible.

    —Claro, y por eso te quedas embarazada de Víctor al año…

    —Tenía sentimientos de culpa por haber traído al mundo un ser al que le había alumbrado más la luz del quirófano o la fría luz del neón de la habitación del hospital que la del sol. Y también tenía miedo, mucho miedo a que muriese. Los médicos decían que sin un trasplante, no viviría. Y donantes de solo un año apenas había. Sé que Eduardo y su padre lo arreglaron. Me imagino como. Pero nunca quise saberlo. Mi hija dejaría de estar conectada a aquella máquina cuyo «bip-bip» ya no soportaba y podría ir al parque a columpiarse con otros niños, con su hermano que ya había cumplido los tres años.

    —Y de esa manera, vas dejando que las arrugas de la comisura del labio, las de los ojos, se conviertan en surcos profundos, que la cintura y las caderas se llenen de grasa, que aparezcan las canas y que Eduardo venga tan cansado de diseñar edificios, eso te decía, que ni te mire. ¡Ni que tuviera que ser él quien levantara uno a uno los ladrillos de cada torre de pisos que construía!. Ya intuías que el cansancio no solo venía de estar frente a la mesa de dibujo, sino de frecuentar y compartir camas de hotel con unas y con otras.

    —Vivía en una jaula de barrotes invisibles de la que yo misma era la más sanguinaria carcelera. Había malvendido mis ilusiones por otras que nunca lo fueron y que, con sutileza, unos y otros fueron grabándome en la piel. Había cambiado diseñar casas por pañales, por horas y horas llevándoles y trayéndoles del colegio, por ser la mujer que nunca quise ser. Madre y esposa perfecta, entregada a unos, callada y sumisa para no querer ver la realidad con el otro. Así, mis hijos, mi marido, la familia entera me aplaudía por ser su pilar, el eje sobre el que se aglutinaban. Tardé en darme cuenta que solo era su empleada. Una asalariada con la más baja de las remuneraciones. Ya que el amor que yo les daba con generosidad, ellos, ninguno de los tres, me lo devolvía. Ni una mínima parte. Al contrario, malas contestaciones, desplantes y desprecio. Ninguna palabra amable o de preocupación, nada que me hiciera sentir su apoyo a la vida que yo les estaba entregando.

    —Menos mal que dices que te diste cuenta … media vida desperdiciada. ¿ Sabes lo mejor que puedes hacer con ello? Envuélvelo en papeles, entiérralo entre metros y metros de papel higiénico, como hacías con los pañales y las compresas, y ponlo en el fondo de la bolsa de basura. Qué a nadie llegue ese mal olor, ni tan siquiera a quienes recogen la porquería. Sí, ¡Vive tu vida!, nunca es tarde mientras aun respires.

    —Vivir mi vida, dices. Eso es lo que siempre quise, pero no es tan fácil saber cuál es esa vida que quieres. Quizá la clave sea darte cuenta primero de cuál es la que no quieres vivir. Es curioso, en mi caso el detonante fue otra mujer, una becaria, esta con la carrera recién acabada y con el culo y las tetas bien firmes. Poco tardó en convencerla de que le diera lo que ansiaba, otros dos hijos para que se pudiera disfrazar de joven padre, o de joven corderito aunque ese sea el traje que siempre lleva puesto, y que el mundo le viera como un hombre preocupado por su familia, alguien entregado a mecer a esas  criaturas en un carrito de bebé. De seguro, ella será otra futura víctima de Eduardo. Alguien que, más tarde o más temprano, acabará devorada por ese ego depredador de todo ser que se encuentre a su lado. 

    —Pero desde que tu «ex» te dejó por ella hasta ahora, ha pasado mucho tiempo…

    —Te decía que eso fue mi «Big-Bang». Ahí empecé a palpar la soledad y, por lo tanto, volví a reflexionar sobre mi vida. Ya no era la esposa y madre ejemplar, mi vida en pareja se había roto, lo estaba desde hacía mucho tiempo, pero yo siempre callé pensando que era lo mejor para mantenernos juntos los cuatro. Sin embargo, el sentimiento de culpa me duró poco. Laura y Víctor acababan de entrar en la adolescencia, y los genes de Eduardo debieron aniquilar, en los dos casos, los que tuvieran mis óvulos. Mi útero, todo mi cuerpo, había sido un envase de cartón, de esos que una vez vacíos, se aplastan y se tiran junto al resto de desperdicios. Eran egoístas, caprichosos y acostumbrados a vivir entre lujos. Nada les preocupaba, salvo tener siempre los cien euros en la cartera que el padre les daba. Ante mis ojeras, cuando me tiraba la noche dando vueltas de un lado a otro de la cama, ante mis ojos, regados de tristeza, jamás me dijeron: «¿Mamá, qué te ocurre. Estás mal?.»

    —Yo te veía pasar por aquí delante. Un día tras otro, sin detenerte nunca, arrastrando algo más que los pies. Deseaba tanto que tuvieras el valor de levantar la vista y mirarte a los ojos. Por fin, hoy lo haces.

    —Creo que ya puedo estar frente a mí, delante de lo que fui y de lo que deseo ser, hablar del pasado sin dolor alguno, sin que esa jauría de perros que habitaba en mi estómago me lo destroce. Ha sido muy importante acabar la carrera, ser la mujer más madura que se diplome en Ingeniería de edificación. También encontrar una empresa rival de la de mi «ex» en el que me pagan poco y trabajo muchas horas pero donde me siento realizada. Y, cómo no, el abrazar la más dichosa de las soledades. Afortunada porque Laura se fuera hace tres años con el pintor incomprendido, y porque Víctor, a principios de este, comparta techo con el padre tras hacer el Master en Chicago, dos gotas de agua te dije que eran. Así que, aquí me tienes, renovada por dentro y por fuera. Tanto, como para tener el valor de lucirme esta noche en uno de los mejores restaurantes de Madrid del brazo del «chulazo» que está a punto de llamar a la puerta. 

    —No, si ya te veía yo con ese vestido negro escotado, pintada como ya no te recordaba desde que tenías veinte años. Ya sé que esa maravillosa sonrisa que reflejas tiene mucho detrás. Un largo y tortuoso camino, como en la canción.

    —Sí, eso mismo veo yo. Una mujer que vuelve a serlo … Perdona, llaman … En la agencia me dijeron que su nombre es David y que aparenta cuarenta años … si las fotos muestran solo la mitad de la verdad de lo que es, lo apadrino … poco importa lo que hagamos tras la cena, aunque recuperar el tiempo perdido no me vendría mal … te dejo, segundo timbrazo. A ver si se va a ir ….

    —Noooo, por favor. ¡Vive tu vida!, ahora ya sabes cuál es la que quieres. Ah, y no te olvides de levantar la vista cada vez que pases por aquí, que nada te lo impida. Ni tan siquiera el peso sobre ti que otros intenten cargar, ni sus envidias ni sus frustraciones. Mírate, disfruta al existir, te equivoques o aciertes. Eres bella, eres única. Eres la mejor imagen que se refleja en este espejo.

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