En cuanto Natalia les contó a sus padres la decisión que había tomado, estos sabían muy bien contra quien arremeter su rabia.

-Ha sido esa profesora tuya, ¿no? Amalia. Esa es la que te ha comido la cabeza. Siempre lo ha hecho, pues se va enterar.

Las broncas le llovieron a Amalia por todos lados, no solo los padres: la jefatura de estudios, la dirección, los padres de los demás alumnos, aunque no todos, las redes sociales…. El caso llegó a Inspección, que poco o nada podía hacer pues había sido decisión de la alumna que, además, ya era mayor de edad.

-¿Pero es que no te das cuenta de lo que has hecho?- continuaban los padres sin querer cerrar la discusión- ¿No te das cuenta del prestigio que supone estudiar con esa beca?

Natalia insistía en que eso era lo de menos, que ella era, por encima de todo, una buena persona y que eso era lo que tenían que valorar ellos. No hubo manera de convencerles de la bondad de su acto. Había renunciado a la beca de excelencia para que así recayera en la siguiente nota más brillante, otra alumna de su clase que no tenía sus recursos económicos y que, de otra manera, no hubiera podido ir a la universidad.

Amalia, por supuesto, continuó en su puesto de profesora y cuando, años más tarde, volvió a encontrarse con un alumno superdotado le dijo exactamente lo mismo que le había dicho a Natalia: no importa lo genio que seas, lo importante es que tengas buen corazón.