El director general del principal banco del país no cabía en su alegría, y es que se le había ocurrido una idea genial para la conmemoración de los cincuenta años del banco. En realidad, la idea había sido de su esposa, pero ese era un detalle que pensaba omitir en la junta de accionistas. Invitarían a los doscientos mejores clientes del banco a un concierto exclusivo del grupo de rock más veterano y famoso de todos los tiempos. Alquilarían el grupo para ellos. No repararían en gastos porque, además, la invitación incluiría a los familiares de los clientes. Unos seiscientos invitados había calculado el director general.

Como no podía ser de otro modo, la junta de accionistas apoyó la genial idea del concierto y el director general encargó a su jefe de personal, Justo Rodríguez, la elaboración de la lista de los doscientos mejores clientes del banco.

Llegada la gran noche del concierto, el director general empezó a extrañarse. Esperaba ver aparecer en grandes limusinas a personas engalanadas, lo mejor de la jet set  y, en cambio, se encontraba con que sus clientes, o bien llegaban en taxi o caminando. Sus ropas nada tenían que ver con la importancia de un evento como aquel, el cincuenta aniversario del banco. Roto por los nervios, se acercó a su jefe de personal, Justo Rodríguez, que saludaba con una gran sonrisa, acompañada de una leve reverencia, a cada uno de los invitados. Con un pequeño resoplido, el director general consiguió llamar la atención de su empleado.

-¿Sí, señor?

-Pero Justo, ¿qué significa esto?- le preguntó en un susurro apretando la mandíbula.

-No le entiendo señor.

-Te dije que invitaras a los mejores clientes del banco. ¿Quién es toda esta gente?

Justo miró confuso a los invitados que no cesaban de llegar.

-Pues lo mejores clientes del banco, señor. La mayoría llevan con nosotros más de veinte años y están todos al día con sus préstamos e hipotecas. Por eso los hemos invitado. Fue lo que me pidió, ¿no, señor?