Vamos a jugarnos el acento,
a hablarnos clarito al oído
y a lanzar pañuelos blancos al viento.
Volviste a casa como quien huye de la solución
y buscaste el problema de dos personas heridas,
que resolverán la incógnita sacando factor común
a unos labios sin curva al borde del precipicio.
Volviste como las pupilas dilatadas en verano,
como los amaneceres que no dejan de sucederse
y nunca abdican en la noche perpetua.
Volviste con esos gestos tan elocuentes
que desbordaban los límites de la palabra,
volviste a decir monosílabos dudosos
que me ahorcaban desde mi lámpara.
Volviste a repetirme con caricias por debajo de la mesa
que nuestra relación seria había terminado,
que ahora nos esperan mil carcajadas
por semana
y besos de dialectos opuestos.
Vente al oeste, que aquí sabe llover
y hay alcantarillas que evitarán
que te inunde la infelicidad.
Regresa a nuestro marzo,
a nuestro ideal de casa
donde no existe el gotelé y hay armarios empotrados.
Llena las paredes de tus cuadros de Levante,
destroza tortillas contra la vitro
y pide comida rápida por teléfono.
Recuerda que el tiempo es solo un elemento
de una fórmula que no sirve para besar,
que la velocidad se pierde con los años
y la masa se gana con la edad.
Explícame el teorema de Tales
mientras dibujas catetos e hipotenusas en mi espalda
y yo te enseñaré que se puede prescindir de la gravedad
al leer a Lorca.
Vamos a jugarnos la vida y,
quien se quede sin ella,
la comparte con el otro.
Mientras tanto,
te espero en este sofá de color daltónico.
Quizá unos días,
tres semanas,
cinco meses o
veinte vidas.