¡Mmmh!… Silencio, debo estar en silencio o me encontrarán, se darán cuenta de dónde estoy y acabarán conmigo-reflexiono mientras me agazapo-.

Lucio pecho a tierra repta por todo el lugar, con cautela, pero lo más aprisa que puede, escondiéndose de los enemigos que lo asechan, de ello depende su vida y lo sabe…

Debo avanzar rápido, me digo a mi mismo, arrastrándome y ocultándome entre la vegetación frondosa. El ruido de una serpiente que pasa junto a mí me obliga a quedarme inmóvil unos momentos, cuando la tengo a mi alcance, con un movimiento ágil y rápido le clavo la daga que siempre llevo a la altura del muslo y que tomé sigiloso un momento antes; el animal ya no es un peligro para mí. Continuo mi camino, debo alcanzar el pequeño promontorio de tierra que se encuentra más adelante, para desde ahí poder divisar el campo enemigo, evito las minas que infestan todo el terreno, el sol me está agotando, tengo mucha sed, mis labios están agrietados, a veces siento que las fuerzas me faltan, pero no importa, debo llegar y acabar con el enemigo, soy la esperanza de mi pelotón, tengo que liberar a mis compañeros.

Lucio continúa su camino zigzagueante, ya se esconde tras un árbol, arbustos o maleza, en ocasiones una zanja, se le ve cansado, pero saca fuerzas de flaqueza, con renovado brío continúa bajo el sol ardiente, gotas de sudor resbalan por su frente, sus manos en carne viva, por el roce del suelo y las piedras, parecen un amasijo sanguinolento, pero su objetivo se encuentra cada vez más cercano, ya puede observar las barracas donde se encuentras sus compañeros apresados.

¿Uf! Por fin llego al promontorio, no pensé que estuviera tan lejos, ni el camino tan lleno de peligros. Desde aquí puedo observar perfectamente todo el campamento enemigo, a unos cuantos pasos de mí, observo el lugar donde están mis camaradas, distingo que algunos están encadenados, los más parecen necesitar auxilio médico, tengo que sacarlos de ahí, el tiempo apremia, de lo contario morirán por inanición y falta de auxilio médico. Los guardias que observo cuidan el lugar patrullando toda la zona, pronto será el cambio de ésta, ese es el momento que debo aprovechar.

Los guardias alertas a cualquier movimiento no descansan un momento. En la torre uno de ellos otea el horizonte y el firmamento, pues no se descarta un ataque aéreo que trate de rescatar a los presos. En el centro del campamento una trompeta anuncia la llegada del general. Ante este llamado los soldados extreman su apostura y cuidado, pues a pesar del largo jornal y el cansancio deben dar el mejor aspecto. El general comienza su recorrido por el lugar, inspeccionando con cuidado todo aquello que encuentra a su paso, las medidas de seguridad, los uniformes. Inquisitivo cuestiona a sus subordinados, todos le muestran un temor y respeto reverencial; ante la sorpresa de ellos sube a la torre vigía como si fuera un quinceañero, ya en las alturas pide al vigía los binoculares, observa con atención el panorama, en ese momento la trompeta anuncia el cambio de guardia, desde su posición privilegiada observa la sincronización perfecta de los militares en esta operación. Al término de ella, junto a él se encuentran dos vigías, el de la guardia entrante y el saliente. El general vuelve a divisar el horizonte, de pronto, observa una mancha oscura que sigilosa parece moverse y da la voz de alarma…

¡Upppsss! Me descubrió, jijiji.

¡Lucio, que haces detrás del sillón!, ¡hijo, ya trapeaste toda la sala y te acabo de cambiar la ropa, te voy a tener que bañar otra vez!

Lucio sonríe cuando su mamá se dirige hacia él, ofreciéndole sus brazos tiernos y amorosos, él se deja cargar y besar mientras lo llevan al baño.