Salen a la calle hordas de insurrectos,
vuelan por los cielos pájaros nostálgicos
del aire limpio y aquel fuerte olor a versos.
Un insomne dirige su respiro a las alcantarillas
con la sospecha de que ahí habita la pena y su dragón.
Los bajo puentes son lugares para dormir ahítos
porque no hay mejor cielo que un techo bendito
con compañera arropándote en su gala desnuda.
Ya no hay hambre ni miseria en las esquinas,
un camión de la basura reparte medicinas.
-Idem al verso que despierta con nostalgia
con su vademécum de sinónimos de desamor-.
La locura busca cura en El Paseo del dolor…
Y desprecia al suicida que se asoma a la cornisa.
La soledad proscrita de los libros que no hemos escrito
asegura que Ítaca es un recuerdo de grandeza.
Y La Mancha un parteaguas de la historia,
con nostalgias personales que perviven vagas.
Señoritos ataviados de cueros y chinchetas
vociferan de la musa huérfana de poeta,
que vaga por las plazas con carnet para la amnistía
Y el sexo seco contra el soborno de la policía.
Un poema descarrila como tren en las vías
que se ostentan como convocatoria del horizonte.
Y nosotros regresamos de ninguna parte a la desdicha.
El sol envejece incomprendido y enrojecido de calor,
seguro que guardará su energía para otras generaciones
de intolerantes a la lactosa, a los adultos y a la frustración;
solitarias que se ufanan de ser solteras y veganas
cenan alcohol con psicotrópicas los fines de semana.
Una noticia sombría espesa el aire vulnerado
que se niega a ser gratis, fácil y a la mano.
El fuego clandestino encuentra aposento en los moteles,
los sueños lánguidos con su prisa por las calles.
La tierra se sacude la pereza del hartazgo
de nuestros pasos agitados que ya no hacen vereda,
cada quince días avizoramos la esperanza que no alcanza
porque sepultamos los latidos en la rutina de las oficinas
lejos de los besos, que regurgitan moribundos y en veda.
Y nosotros malgastando la vida en políticos y sus comedias
que recrudecen los entuertos…Y los versos, muertos.