( A Jordi Rosiñol )

Que la piedad nos llegue de la gracia de Dios.
Y la reciba el sano juicio del corazón,
que no se instale la indolencia ésteril
ni nos inmute la insensibilidad.
Los egoísmos rastreros provocan vértigo
Y el futuro acusa ventanas al subsuelo.
Ven a pronunciar la palabra urgente,
la insondable que navega en el alma
como repuesto de la furia que se anega
con sordo y fatigoso latido para no herir,
esa palabra sin miedo; prodiga y ubérrima
que se adivina en la mirada de los que aman,
donde tu incrementas la lista que crece en gracia.
Y se desdibuja en la frente
de quienes portan el Infierno del Dante.
Y nosotros distantes e indiferentes.
Nacimos en la generación del esfuerzo
por eso conocemos el gemido del alma,
que habita en las páginas que nos reclaman,
palpita la vida en el costado de una herida ancestral;
callada, secreta y sin aspavientos.
El corazón hala y el olvido harta,
reniego de la orilla, el silencio dejó de ser marginal.
Una psique vulnerada se rebela contra el cuerpo,
cuando el azar te depara lo inesperado
tan precioso como arduo,
intuye que ya no sólo eres el prólogo de ti mismo,
sino el epílogo fantástico de algo.
Con la sangre erguida hasta la cresta
el comunitario canto de tus gallos anuncia…
Que ha llegado la hora de batir las alas y aventar la garganta.