Si mi corazón fuera un cielo cuajado de estrellas
Y no un vasto campo de espigas estrujadas,
picoteadas por cientos de pájaros insomnes
que velan sus nidos asediados por reptiles en plaga
Y comen en la noche porque el hombre acecha.
Justo cuando soñé que iba a terminar el odio
episodios indecibles se afincaron en la niebla.
Y se sigue postergando la malentendida vida
que entraña un desenlace de epílogo vulnerado.
La luz que prodigara entonces, tal vez fuera huella tibia
en un sendero donde se bifurcan las opciones del alma,
salva para los perdidos en páginas incesantes
que oyen arpegios donde danza la nostalgia.
Sueños sin ingenuidades y con la capacidad de la esperanza
para que ésta vuelva a ser insumo insustituible en el porvenir.
O tal vez la alerta que resuena bajo el trueno
incontenible de saber que hay espantos y alarma;
despertaría la conciencia prójima de quien habita solitario,
con el paso vulnerado por huellas dolientes en el fango
entre páginas marchitas y vidas calladas, orgullosas
de anunciar ciclos nuevos para los sueños en ausencia.
Olvidé el espanto del rayo y el escozor de los abrojos
porque creí en la caricia limpia y regeneradora,
en el paso de los labios sobre una piel con infaustas heridas.
Me alcé contra gestos infames que llenan de incertidumbre y cenizas
al horizonte que promete luz cada vez que amanece el día;
Y acedan aviesos el fruto anhelado del viñedo en sosiego.
Brindamos con la ilusión de no tener vacías las manos;
Y yo, por posar las labios en la huella que dejas en mi copa.
El sístole y el diástole permutan su vértigo
por vuelos hacia donde la luz marca nuevos derroteros
Y buscan la paz lejos de los gestos tiranos y rastreros.
¿Qué sería de la poesía sin los latidos del subsuelo?
Sin el ariete de la palabra que madruga abofeteándonos,
con la eterna espera de la luna en desvelo midiendo nuestra ingenuidad,
acicate del duermevela que sueña un madrigal de conjeturas potenciales
Y posibilidades de lluvia generosa que lave la podredumbre.
Un tránsito de pasos impostergables delira en paraísos impropios
poblados de sueños que relevan la benevolencia de las lagrimas honestas,
las que arrastran la tristeza sin razón, y la depositan con los guijarros,
donde la corriente acaricia al corazón y redondea sus cantos.
Para que éste se sepa sin asperezas ni agujeros, bálsamo de perdón,
espiga y semillero para el hambre de los pájaros,
cuenco sereno y sabio donde la vida no se plaga de infamias ni espantos.