La mañana sin desgarros ni agonía
no olvida lo fecundo de la palabra anónima.
Se suceden los días incrédulos de prodigios,
huérfanos de motivos, con vértigos nimios
dolosos como blasfemia enferma,
aviesos como sótanos del subsuelo;
ignorados en la agenda del desamparo
aún nostálgica porque recuerda la tarde
que te trajo con la lluvia y el vaivén del árbol;
atrevidos bajo su cobijo y sin temor al rayo,
preferimos besarnos y besarnos y besarnos…
Revolotea en el pecho un colibrí,
acicatea los anhelos insondables
vuelo insurrecto, símil de la libertad
latido que sepulta el olvido,
conjuro para el tiempo perdido
enfermo, oscuro y harto de soledad virtual.
Un paradigma acompaña a la pluma sabia
con un bozal de fuego contra la rabia.
Un huésped del sol, agradecido de la luz
tras el milagro preciso después del celo.
Y tú estás aquí, lacia sobre mi cama
a mi lado, entre el sosiego y la calma
la sábana se arrebuja y te entibia el alma,
está tu pecho latiendo inundado de savia.
Y ésta página muda; vuela, se crece y habla.