“Señor, sé muy bien que si tú no eres quien me edifica, en vano me cansaría construyendo, por eso me abandono a tu ímpetu y compasión admirable. Me declaro constructor, haz tu piedra de mi espíritu, porque sólo el que da recibe, y el que construye merece. Y las piedras aún inertes aspiran alcanzar alturas. Y quiero ser humilde y decididamente la antítesis de los destructores. Te pido, Señor, que a la hora de mis flaquezas me revistas de tu armadura y pueda resistir firme en la fe, y en la convicción, de que hoy estoy, hasta donde humanamente me permitas para dar aliento y reducir el dolor, y para tener el sosiego de secar alguna lágrima”.
-Doy testimonio de tu presencia, entre tanto corazón irracional intoxicado por la ira, que han plagado la tierra de agravios, venganzas, mezquindad, cerrazón, olvidos y rumbos extraviados-.
La plegaria sonaba en el gramófono, como un ejercicio rutinario que se habia redimensionado a una terapia imprescindible, como un escondite que prodigaba certezas, más allá de las enseñanzas que se afincaron en la firmeza de un corazón pródigo, que el perdón y la humildad habían trastocado con su luz. Y empequeñecía a los primeros rayos de luz solar, que benevolentes entraban por la ventana invadida de cascotes, traspasando el polvo y las humaredas que se erguían al pie de la calle y en las azoteas de los edificios colindantes. Donde la evidencia de la destrucción se apreciaba como signo una miseria irreconstruible, porque traspasaba los valores materiales necesarios para edificar de nuevo la ciudad en derribos. Y era una fortuna no sólo tener la inconmovible decisión de servir hasta el último aliento, sino todavía tener un espacio en pie, con algunas pertenecias salvaguardadas por el cobijo fortuito de la casualidad, o la distinción de la sede, como terreno neutro. Ahora que las maravillas del georadar, permiten con precisión quirúrgica poner la bala en el blanco. Y que desgraciadamente han escalado a obuses, bombas y misiles, teledirigidos desde la distancia más remota. Amén de las atrocidades que se puedan gestar en cabezas torcidas y también se pueden manipular para dirigir a conveniencia sin escaparse de la escalada de bestialidades.
Padre, en ti confío; como hombre de paz. Cuando la naturaleza humana ha volcado irracionalmente su víscera en la destrucción, para demostrar poder.
-La insospechada capacidad de resiliencia, para emerger de lo más oscuro, era una fortaleza que le permitía transitar sobre los escombros, tanta devastación incomprendida, inconmesurable, y tanto dolor-.
-Solo una historia alimentada por una mística de servicio, que te deja famélico de tanto dar, te convierte en la imagen viviente de un sabio, que tiene respuestas a lo más improbable.
Las canas daban cuenta de las vivencias que habían transcurrido para arraigar la entereza, como un reducto de tenacidad, ánimo y preservación de la cordura-.
-Con claros recuerdos de una imperturbable vocación, con la que moldeaste mi filosofía de vida, para entregarme a esta travesía como hombre de persuasión y conversión. Y las miserias observadas en la India, Africa, Asia, Centro y Sudámerica, propias de las aldeas marginadas de la civilización privilegiada por los centros de concentración de la riqueza y el poder, aquellas eructadas por los intereses y la vóragine del crecimiento opulento; signo infalible del capitalismo. Te dejan las venas abiertas, y la herida se convierte en respiro de sobrevivencia para no acumular tanto dolor, que se acrecenta en el acopio de desconsuelo y desesperanza.
Mi afición callada por ésta pipa furtiva y muda, que se convierte en asidero tangible y me clava al suelo, entre nubes inocuas de humo imaginario, que es nada, ni siquiera alegoría comparado con tanto incendio y desgracia. Y que en la reflexión es mi único interlocutor que media entre el tocadiscos y mi maltrecha humanidad, desde que perdí el modesto altar que resguardaba una imagen piadosa de la Virgen de los Dolores. Recordatorio del nombre de mi madre, – que por cierto calladamente llevaba como su segundo nombre, Esperanza. Y pocos lo sabíamos-, pero era irremplazable, porque era el ejercicio vivo de la compasión y la misericordia para los desvalidos y vulnerables. Y Sin embargo lo llevo tan arraigado en mi alma, como marcado a fuego en la parte más sensible de mi ser. Tal vez, dicho sea como propio de todas las dudas que nos azolvan el alma, así abrevé en el ejemplo, de mi vocación primaria de servicio, que tus empujes fortalecieron y que a esta hora respira para reencontrarse contigo.
La utopía asociada a la razón, libera monstruos tan temibles que sólo los locos son capaces de concebir y no temen domarlos. Y yo que soy estúpidamente cuerdo; no sé, ni tengo posibilidad de imaginar el tamaño de los sueños que pudieran derivarse. Lo que si arriesgo es la opinión, de que estos sueños tienen urgencia de ponerlos al alcance de quién se atreva solidariamente a hacerlos realidad.
Alejados del confort de lo predecible, amarrados a la aleccionante oportunidad de refugiarnos en lo que falta descubrir y esperanzados en el misterio de tu infalibilidad. Si atendemos al instinto y dejamos que el corazón; el verdadero guía de la ficción y la existencia, sea la brújula desechada por la racionalidad y la conciencia, sin duda encontraremos resquicios de luz vivificante y prometedora en esta maraña de infortunios.
El tiempo pasa lento, pero en mi alma no hay resabios. Me alarma el estallido distante y me ensordece el cercano. Estoy solo y tal vez aún falte por ver cosas impensables e insufribles, si dimensiono el conflicto y lo visceral de quién está tomando decisiones en la distancia. Y ha sumido a este rincón del mundo -que también es tu reino-, en ruinas. No puedo ni pensar, pero me queda la certeza de mi misión en la tierra, dame claridad y fuerza para acometer otra jornada invisible. Y la tranquilidad insospechada de estar en un lugar inconfesable para convocar que se puede renacer desde los escombros.