Ojalá nunca cese la luz de tu cuerpo
que inunda esta página de versos.
Y que asista en mi auxilio esa luz
para que estalle la palabra virtuosa.
Esperaré con la paciencia del verbo
a que traiga la atrocidad de la alegría
con la soberana belleza de las tardes
a mis manos, otrora pájaros muertos.
En una franja de noche con luna impura,
derribado a besos certeros y sin agonía
sepulto rayos entre cascotes de penas.
Y comparezco entre la tibieza de tus piernas,
bajo la sábana impía que se avergüenza de pura
cuando te colmo la piel, y tu luz irradia poemas.