La soledad que no tiene puerto ni patrón,
es un fantasma que deambula sin sosiego
buscando aposento con cara de ingenua,
pertrechada con máscara de quietud,
se acredita con cartas inicuas
que son materia inerte para los versos fallidos.
Habita el corazón ávido y este cuarto sin hostilidades,
suele no flaquear y arrancar de cuajo los sueños.
Y puede que se refugie en un lenguaje ficticio.
A decir, su albedrío es la matriz de la creación,
sin magia va del lado oscuro a la luz más brillante
para tejer en su hilandera los sueños del aire.
Los dedos hablan por ella y los ojos cómplices
redondean el mensaje, sobre pieles con paisaje
Y unos pechos ansiosos de un orgasmo telúrico.
Las cortinas del olvido se mueven con desdén
mientras la luz se cuela sin prejuicios a sus arrabales,
donde la palabra yace sin convocatoria ni coros
en su dura costumbre de convivir con el silencio.
Sin profanar las ideas que nacen huérfanas,
se ufana de una arquitectura pura e inacabada.
Al filo de la vida hace malabares serenos
con pájaros de fuego que cantan alegrías.
En el fondo de su alma hay tambores roncos
que suenan al compás de dos corazones tercos.
Y un rumor eterno de pasos que se alejan tristes,
cantando un madrigal por el camino de las penas
negras y duras, como los vocablos que se labran a oscuras,
sin la bondad del trigo que se apresta para alimentar
ni la generosidad de las manos que amasan su luz.
Las lágrimas son lavaderos de espantos olvidados
que violentan el viento que sopla en los tejados.
Y vienen a visitar a la soledad para hacer versos vacíos
gravemente puros, limpios y sin gritos.