Cuando todos se marcharon en busca del supuesto monstruo alienígena, Ripli salió de su escondite junto con los dos niños reptilianos.

—Nunca me hubiera podido imaginar que una reptiliana tan seria como la subinspectora Holt llevase a cabo una interpretación tan magistral para salvarle el pellejo, teniente Ripli —dijo Berg aguantándose la risa.

—Ya lo creo —contestó Ripli—. Se merece un óscar a la mejor actriz por esa actuación tan brillante.

—¿Qué es un óscar? —preguntó Cris, que siempre estaba deseosa de meter su pequeño hocico de reptil en todo.

—¡Pues qué va a ser, Cris! ¡Seguro que algún tipo de condecoración que deben de dar en la Tierra! —repuso Berg convencido de que su hermana era una ignorante—. ¿A qué sí, teniente?

Ripli, que en ese momento necesitaba sus cinco sentidos para poner a punto a la Prometheus y despegar cuanto antes, sopesó si le merecía la pena sacar a Berg de su error. Llegó a la conclusión de que no era el momento de entretenerse en largas explicaciones. De modo que contestó de manera escueta.

—Algo así, guapo. Bueno… más o menos —dudó un instante, aunque después de todo no era una mentira tan grande.

Ripli abrió la cabina con el mando a distancia y ella y los niños subieron a la nave.

—¡Oh, por dentro es todavía mucho más bonita! —exclamó Cris que seguía cargando con Jonás en todo momento.

—¡Pero cuántos mandos! ¿Teniente, me enseñará a conducirla?

La teniente optó por la respuesta fácil.

—¿Tienes más de dieciocho años?

—Todavía me faltan unos pocos —contestó Berg desilusionado.

—Entonces, ya sabes que la contestación es no. Pero puedes ayudarme a reprogramar a la Prometheus.

La cara de Berg se iluminó. La siguiente cosa que más le gustaría hacer después de pilotar la nave, era toquetear los mandos, aunque fuera en parado.

—Este que va a hablar ahora es Icarus, el ordenador de abordo. No le tengáis miedo, es un poco limitado en sus prestaciones, pero inofensivo. —Mientras hablaba la teniente había apretado el botón de on para reactivarlo.

—Buenos días, teniente Ripli. Bip. ¡Por la memoria de Neil Armstrong! Bip.  ¡El primer humano en pisar la luna! Bip. ¿Quiénes son estos lagartos tan feos? Bip —dijo al ver que llegaba acompañada.

—Sin ofender, que somos reptilianos —saltó Berg como impulsado por un resorte. Ya estaba bien de tanto cachondeo con el temita.

—Son mis amigos —dijo Ripli en un tono serio.

—Siendo así, nada que objetar. Bip. La pondré al corriente de los datos. Bip. Amanecerá en unos treinta minutos. Bip. ¿Dispuesta a pasar otro día en este estupendo planeta? Bip

—No, Icarus. En realidad, nos vamos a marchar ahora mismo. Proporciona a este gentil muchacho reptiliano las coordenadas de la Tierra mientras yo compruebo la secuencia de ignición.

—Teniente, le recuerdo que esta lanzadera es unipersonal. Bip. Con tres individuos y Jonás, no habrá manera posible de hacerla despegar. Bip.

—Tranquilo, Icarus, que ellos se quedan. Solo han subido para ayudarme. Berg, en cuanto Icarus te dé las coordenadas, las introduces en este navegador. Y fíjate bien en los decimales, no me vayas a mandar a la otra punta del universo.

—No se preocupe que soy el mejor en mates de toda la clase. Lo haré a la perfección.

—¿Y yo? ¿En qué la puedo ayudar, teniente? —le preguntó Cris que también quería ser útil.

—Ya lo estás haciendo, cielo. Tienes a Jonás bajo control y eso ya es una gran ayuda. Pero si quieres hacer algo más, serás la vigía: mira la pantalla y me avisas si se acercan los militares. —Cris se mostró encantada con el encargo.

Al cabo de unos pocos minutos, mucho antes de lo que había calculado, Ripli tenía la nave lista para volar de nuevo. ¡Por fin había llegado el gran momento! Después de tantas idas y venidas, y tantas aventuras descabelladas, la teniente Ripli podría marcharse. Un sentimiento de profunda añoranza por su planeta natal la embargó por completo. Deseaba, anhelaba con todas sus fuerzas regresar a la Tierra para siempre. Ya estaba cansada de tanto viaje interestelar y deseaba retirarse a una casita tranquila donde poder dedicarse a su afición favorita, el cultivo de hortensias replicantes. Esta vez no habría tormenta magnética capaz de desviarla de su destino.

En ese momento tan trascendental tuvo un pensamiento para Holt. La subinspectora le había prestado una ayuda inestimable a la hora de despistar a sus enemigos. Tal vez se había metido en un lío al ayudarla, pero estaba segura de que ella encontraría la manera de salir bien parada de toda aquella locura.

La teniente se abrazó por última vez a Berg y a Cris, ya que les había tomado mucho cariño.

—Estaré aquí mismo —le susurró al oído a la niña instantes antes de besarle la mejilla.

—¡Sí! Pero ya no la veremos nunca más —dijo la niña con lágrimas en los ojos—. ¿No puede llevarme con usted? ¿Sabe que la subinspectora tenía razón? Los besos hacen cosquillas. —Y sonrió con timidez al mismo tiempo que seguía llorando.

—¡No, cielo! Sabes muy bien que no puedo llevarte. En mi planeta no podrías llevar una vida normal. Pensarían que eres un bicho raro, como me ha pasado a mí con Tontinus y esos militares que solo quieren cazarme para convertirme en un espécimen de laboratorio.

Cris negó con la cabeza en señal de desaprobación. No le gustaba nada pensar que a su nueva a amiga terrícola le pudieran hacer aquellas cosas horribles.

—No tienen ningún derecho, teniente. Usted también es una reptiliana, o cómo se diga en su lengua.

—Nosotros somos seres humanos —dijo Ripli emocionada—. Y sí, Cris: siento tener que despedirme, pero tienes que quedarte aquí, con tus padres y con tu hermano. ¡Con los de tu especie! Dentro de unos años serás una reptiliana adulta. Tal vez entonces, si algún día tienes hijos, podrás contarles que una vez conociste a una terrícola que se perdió por el espacio, terminó en Belenus y se convirtió en tu amiga para siempre.

—Sí, pero no la creerán. Se burlarán de ella… —intervino Berg sin poder contenerse.

Era lo que solía pasarle a él. Lo característico de sus amigos es que eran muy guasones y en ocasiones se reían de él porque no se tragaban las cosas que les contaba. Es que tenía una fantasía prodigiosa.  Resultaba bastante rarito por lo exagerado que era, así que no les podía culpar por ello. Salvo por ese pequeño detalle eran unos tíos fenomenales, los mejores amigos del mundo.

—Aunque esta vez hay pruebas gráficas —dijo entusiasmado al recordar las imágenes que había tomado—. Por fuerza ahora me creerán. ¡No te preocupes Cris! ¡Te dejaré las fotos para que tú también lo puedas demostrar!

—Además —añadió Ripli—, he pensado que Jonás se podría quedar con vosotros. Así sería una prueba viviente de todo lo que ha sucedido.

—¡Hala…! ¿Sííííí? ¿De verdad? ¡Qué bien! ¡Muchas gracias teniente! —dijo Cris loca de contenta.

—No se preocupe teniente, que yo vigilaré que cuide bien de él, como hermano mayor que soy.

—Creo que estará encantado con la idea. Ya es hora de que deje atrás la época de astronauta. Diez años en el espacio son demasiados para un gato. ¡Toda una vida! Se merece tener una vejez tranquila. Además, tengo entendido que le fascina esa dieta vuestra a base de gusanos vivos —bromeó la teniente—.  Seguro que será muy feliz aquí.

A Ripli también se la veía encantada con la idea de deshacerse del peludo que tantos quebraderos de cabeza le había ocasionado. ¡Una preocupación menos! Jonás, que continuaba todavía en el regazo de Cris, ronroneó de placer. Parecía feliz con la idea.

—También tengo algo para ti, Berg. Se trata del cuaderno de bitácora de la Nostramo. Cuando lo escuches podrás conocer todas mis aventuras. Pensaba llevarlo de vuelta a la Tierra, pero creo que es mejor que te lo quedes tú.

—Cuando sea mayor estaré muy honrado en dar a conocer su historia a todo Belenus. Estoy seguro de que el planeta entero alucinará con ellas. Cyrus, el protagonista de Zórtex, a su lado parecerá un simple aficionado.

Se despidió de Ripli con un apretón de manos, como hacen los mayores. Luego bajaron de la lanzadera dejando a la teniente sola.

—Dicen que la vida surgió del polvo de las estrellas. Quizás no estoy volviendo a casa. Quizás me estoy marchando de ella —dijo Ripli muy solemne antes de accionar el cierre de la cabina. Una lagrimita indiscreta rodó entonces por su mejilla. En el fondo, había tenido mucha suerte al aterrizar en Belenus. Allí dejaba los mejores amigos del universo.

—¡Dese prisa, que pueden volver en cualquier momento! —le gritó Berg—. ¡Ya verá cuando se den cuenta de que no hay ninguna cueva ni ningún monstruo! —río divertido.

—Cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero…. ¡Ignición!

Los motores se encendieron y de ellos salieron unas potentes llamaradas y un estruendo portentoso. El aparato, poco a poco, se fue elevando.

Quartich y Tontinus, seguidos de la tropa, regresaron al lugar donde había estado posada la nave tan pronto como oyeron el ruido de los motores, pero ya era demasiado tarde para que pudieran hacer nada más que observar embobados como se perdía sobre el claro amanecer de Belenus.

 

 

Ilustración original de Juanjo Ferrer para el libro editado por Desafíos Literarios