Una vez, en una galaxia muy, pero que muy lejana…

Cuaderno de bitácora de la nave Nostramo

Día de navegación 3.542. Iniciando la grabación.

Informe final de la nave Nostramo. Habla Ripli, última superviviente y segunda oficial de la nave. El resto de los tripulantes no han conseguido sobrevivir al letal ataque del que fuimos objeto. Tan solo Jonás, el gato, y yo lo hemos logrado. Mi idea es regresar a la Tierra en la lanzadera Prometheus. Pero, a ver: que no me quiero andar por las ramas. Estos son los hechos que han conducido a la situación actual…

Algún tiempo después en Belenus, un planeta también muy lejano…

Capítulo 1

La teniente Ripli se despertó en cuanto la nave se hubo posado en tierra firme. Hacía semanas que, tras el ataque que había sufrido la nave Nostramo, viajaba a bordo del vehículo espacial ligero Prometheus. La verdad es que su marca de lanzadera favorita siempre fue Fobos, pero el director comercial de la Werth-Mukani Corporation resultó ser un tacaño de tres pares de narices y terminó dotando a la Nostramo con Prometheus, de una calidad inferior y menor equipamiento. Las consecuencias ya se estaban dejando notar: mientras se desperezaba pidió a Icarus, el escasamente dotado ordenador de a bordo, que le diera las coordenadas del lugar donde se encontraba.

—¿Cómo que no tienes el mapa de esta galaxia? ¿Tampoco sabes el nombre del planeta?

Todavía adormilada por la larga travesía espacial, la teniente no salía de su asombro.

—¡Serás inútil! ¡Menudo paquete que me han colado contigo!

—Galaxia desconocida. Bip. Sistema desconocido. Bip. Planeta desconocido, teniente Ripli. Bip. No tengo datos de navegación para las coordenadas actuales. Bip.

La voz varonil de Icarus, grave y pausada, se mantenía impasible ante los insultos que le propinaba la astronauta. Al fin y al cabo, no dejaba de ser una máquina.

—Explica cómo nos desviamos del rumbo. ¿No fijé claramente las coordenadas de destino? ¡Maldita sea! ¡Deberíamos estar en la Tierra!

—Nos atrajo un campo magnético demasiado potente. Bip. Una lanzadera como la Prometheus no podía oponer resistencia sin sufrir daños importantes. Bip. Tuve que desconectar el piloto automático. Bip.

—¿Y no me pudiste despertar para que tomara el mando? —Ripli estaba pasando a toda celeridad del desconcierto a la ira.

—Cuarta ley de la inteligencia artificial. Bip. «No dejes que el humano interfiera si la computadora lo puede solucionar». Bip.

Ripli todavía recordaba a ese monstruo infernal al que se tuvo que enfrentar en la Nostramo y al que había terminado venciendo. Y todo, ¿para qué? Para que ahora un ordenador cortocircuitado y medio tonto la quisiera volver loca. La situación estaba resultando demencial.

—¿Qué cuarta ley ni qué puñetas?  Además, no has solucionado nada. ¡Dios mío, nunca volveremos a casa, pedazo de inútil! ¿A quién narices se le ocurrió esa ley tan absurda?

Ripli no pudo menos que recordar las tres primeras leyes enunciadas por Isaac Asimov allá por mediados del siglo XX, que estaban llenas de coherencia. Nada que ver con el despropósito de aquella cuarta ley que, según Icarus, había regido su desastroso comportamiento. Estaba indignada.

—Mi configuración interna me impide revelar ese secreto. Bip. Pero eso no importa ahora, teniente Ripli. Bip.

—¿Entonces, qué porras importa? —Estaba a punto de estallar. En esta vida, incluso los más pacientes tienen su límite y ella no era una excepción.

—Mis sensores indican que las condiciones de habitabilidad de este planeta son buenas. Bip. Oxígeno 22 %. Bip. Dióxido de carbono 0,05 %. Bip. Nitrógeno 80 %. Bip. El resto, vapor de agua y gases inertes. Bip. Valor de «g»: diez metros por segundo. Bip.

—¡Ostras! Casi igualito que en la Tierra. Eso me gusta. Continúa, Icarus.

—En el análisis tampoco observo virus, bacterias ni otras formas de vida letales. Bip. Es de noche. Bip. Amanecerá dentro de cuatro horas y veinte minutos. Bip. Luz verde para salir al exterior. Bip.

—¿Y qué hay de la posible vida inteligente?

—Ni rastro, teniente Ripli. Bip. Hay muchos vegetales diferentes en tamaño y forma. Bip. Pero no detecto especies venenosas ni carnívoras. Bip. En cuanto a los animales: son inofensivos. Bip. Lo que un humano llamaría simples alimañas del campo. Bip.

Necesitaba comprobarlo con sus propios ojos, así que encendió el sistema de vídeo vigilancia para observar el exterior. Hizo un barrido de trescientos sesenta grados y solo entonces quedó convencida. Le sorprendió la similitud con ciertos parajes de la Tierra que había tenido ocasión de ver en algunos documentales de viajes. Pero a saber si esos reductos de vida silvestre no habrían desaparecido ya. ¡Había que ver cómo se las gastaban en la Tierra con la naturaleza! Y llevando casi una década en el espacio como era el caso, las cosas allí podrían haber cambiado mucho.

Pese a todas sus reservas tuvo que admitir que el paisaje era casi igualito al parque del Retiro en Madrid, España. Ripli se tranquilizó, aunque con la luz del día podría apreciar más detalles. Después de todo lo pasado anteriormente, podía considerar que aquel aterrizaje imprevisto tan solo era un leve contratiempo. Habría que ver los daños sufridos y pensar en poner de nuevo rumbo a la Tierra. El combustible y el avituallamiento no serían un problema. Pero ahora lo único que quería era respirar aire fresco y estirar las piernas. Demasiadas semanas en suspensión.

Solo después de observar durante un rato que no había ningún peligro a la vista se decidió a abrir la cabina, pero el mecanismo falló.

—¿Por qué será que no me extraña? Icarus, ¿me lo estás impidiendo tú?

—No, teniente Ripli. Bip. En estos momentos solo trato de cumplir sus órdenes. Bip.

—Pues esto no se abre ni a la de tres. Voy a tener que resetear todos los sistemas. Lo siento por ti. —Levantó la mano y oprimió el botón del off.

—No lo haga. Teniente, NO LOO HAAAGAAAA… BIIIIIP.

—¡Qué descanso, dejar de oír a este pesado! ¡Aunque sea durante un par de minutos!

Después la teniente le dio al out y el ordenador se reinició en cuestión de unos segundos.

—NOOO LOO HAGA. Bip. ¡Menos mal! Bip. ¡Ya estoy aquí otra vez, teniente Ripli! Bip. ¡A sus órdenes! Bip. ¡Pero no me vuelva a apagar sin mi consentimiento! Bip.

—Para que te enteres, Icarus: aquí mando yo. ¿Entendido?

—Entendido, teniente. Bip. No volverá a pasar, se lo garantizo. Bip.

El nuevo intento de Ripli de abrir la cabina culminó con éxito. El gato Jonás al sentirse libre por primera vez en su vida erizó el lomo, maulló de manera estridente, saltó fuera de la nave como si quisiera recuperar todo el tiempo perdido y en apenas unos segundos se perdió entre la maleza.

—¡Jonás! ¡Jonás! Vuelve aquí, minino estúpido. ¿Dónde crees que vas? ¡Serás gilipuertas! No, si ya decía yo que este gato es un poco tontaina. Espera, que salgo a buscarte.

—Teniente Ripli, por su seguridad le sugiero que no se aleje. Bip. Recuerde que estamos en un planeta extraño. Bip.

—Está bien, Icarus. Volveré pronto. No te preocupes que no me perderé. Si no, ya echaré unas miguitas de pan, como Pulgarcito. ¿No te digo?

Ripli abrió una lata de la comida favorita de Jonás y con ella bajó de la nave disponiéndose a explorar el lugar donde había aterrizado. Blandía la lata con la esperanza de que al olisquearla, el animalito acudiera de nuevo junto a ella.

—Encima, no voy a poder decir siquiera que he sido la primera exploradora de la Tierra en poner el pie en este puñetero planeta. El idiota del gato se me ha adelantado. Tenía que haberlo dejado en la Nostramo. Está visto que tan solo me va a dar quebraderos de cabeza. ¡Menudo mentecato está hecho!

Mientras tanto, Ripli había comenzado ya a inspeccionar el terreno de manera ordenada y en círculos concéntricos. De vez en cuando aspiraba con deleite el aire nocturno de ese planeta desconocido que estaba cargado de agradables aromas exóticos. Por momentos oía ruidos que la obligaban a detenerse y mirar en el interior de una oquedad o tras algún arbusto, que, de tan parecido a los de la Tierra, casi creía que estaba de vuelta allí. Pero ni rastro del felino.

—¡Está bien! Ya volverás cuando estés hambriento. No creo que un gato que se ha pasado toda la vida en el espacio tenga pajolera idea de cazar. Además, tampoco creo que encuentres muchos ratones por aquí.

Pese a lo infructuoso del paseo, lo cierto es que le había sentado de maravilla. No había nada como respirar a pleno pulmón. Pero al cabo de media hora, cansada de que Jonás le diera esquinazo, dio por terminada el reconocimiento y regresó a la nave. No podía haber un lugar más seguro para ella. Sabía que la Prometheus, una vez cerrada desde el interior, sería inexpugnable. Al menos si confiaba en las especificaciones técnicas del manual. Se encerró en la lanzadera con la tranquilidad que le proporcionaba saberse a salvo en un planeta no hostil. Sin embargo, no podía sacarse de encima la inquietante sensación de que alguien la observaba.

Ilustración original de Juanjo Ferrer para el libro editado por Desafíos Literarios