Próculo Tontinus penetró en la zona que él mismo se había asignado con la esperanza de ser quien diera con el hallazgo. No lo podía remediar: era como el aceite, siempre tenía que quedar por encima de los demás. Tampoco le importaba el método a emplear, como acababa de hacer al reservarse para sí el mejor territorio, donde realmente pensaba que se encontraría la nave. A eso que muchos llamarían ser tramposo, para Tontinus era simplemente tener sentido práctico. Si tenía que avasallar a alguien lo hacía sin más, como en aquel caso del asesino de ancianas.
Aquello sucedió precisamente cuando acaba de incorporarse a su actual puesto. Era novato pero el mal genio ya le fluía por las venas. No dudó ni por un momento en ningunear el buen trabajo de sus subordinados, que consiguieron resolver el asunto de forma admirable, para ponerse él todas las medallas. Y en efecto, aquello le valió su primera condecoración. También le costó un expediente sancionador a su segundo de abordo de entonces: un tipo demasiado brillante. No dudó ni por un instante en ponerle la zarpadilla para mandarlo a la calle a dirigir el tráfico. Destruir de esa manera la carrera de su competidor fue despiadado, pero totalmente necesario bajo su punto de vista.
Greena Holt también sobresalía del montón, no le cabía duda, pero el hecho de que fuera fémina lo cambiaba todo. Dado el machismo imperante en el cuerpo, del que él, por cierto, era un claro exponente, en la práctica resultaba imposible que le pasara por encima. Además, estaba loquito por ella. A veces se preguntaba qué era lo que tenía esa reptiliana para hacerle perder el sentido. Sería su mirada seductora, su escultural figura, esa forma tan graciosa de mover las ancas al caminar o lo peleona que era: con ese genio que estallaba a la primera de cambio. En esos casos solía lanzar su lengüita hacía él de una manera tan graciosa…
Lo único que tenía claro era que cuanto más lo rechazaba ella más necesidad tenía él de conquistarla. Sabía que por ese motivo se había puesto en ridículo en alguna que otra ocasión, pero no le importaba. Se la trabajaba a pico y pala con la esperanza remota de que algún día cayera rendida a sus garras. Aunque a veces le incomodaba que tan solo lo considerase un pagafantas. Soñaba con que su momento llegaría tarde o temprano y entonces todo habría merecido la pena.
Ahora, sin embargo, se concentraba en buscar cualquier rastro de la nave o de su ocupante. El inspector no destacaba por su valentía precisamente, pero no estaba intimidado ante la posibilidad de encontrarse cara a cara con aquella criatura del espacio, ya que confiaba en el poder de su arma de rayos láser. La había utilizado con anterioridad y sabía lo que era capaz de hacerle a cualquier ser vivo. Si era de carne y hueso y sangraba, podría neutralizarlo sin problemas llegado el caso. En otro orden de cosas, también se preguntó, tan solo como curiosidad científica, qué aspecto tendría, si sería capaz de respirar el aire de Belenus y otras cosas por el estilo.
Llevó a cabo el rastreo con parsimonia y de manera exhaustiva. No había ninguna prisa. Dividió la extensión en cuatro partes, fiel a su mentalidad cuadriculada, y fue revisándolas una a una y por orden. Ya iba por la tercera zona y no había descubierto nada. Empezó a desesperarse. ¿Es que no iba a encontrar nada anormal en aquel maldito bosque?
En eso que la luz de Sámsara asomó por detrás un espeso nubarrón y se le cortó la respiración al ver por primera vez la aeronave, que resplandecía en la oscuridad de la noche con un fulgor plateado, a unos trescientos belenímetros de donde se encontraba. —¡Oh, Grgan Salvadog de los Gueptilianos! ¡Ya te tengo! —dijo exultante—. ¡Ahoga sí que sí! ¡Pog fin egues mía!
Soltó una risita sardónica en señal de triunfo, pero enseguida se dio cuenta de que aquel claro pertenecía a la zona asignada a Holt. Tenía que darse prisa para llegar antes que ella, no le fuera a jeringar el hallazgo. Echó a correr, aunque no era algo que se les diera demasiado bien a los reptilianos, debido a la particular conformación de sus caderas que los hacía bambolearse de lado a lado. En aquel momento deseó ser tan veloz como el campeón belenolímpico de los cien belenímetros lisos. No había avanzado ni cinco zancadas cuando se hizo un lío con las patas y fue a parar de bruces al suelo, justo en el único charco que había a la vista.
—¡Pog todos los Dioses del Univegso Gueptiliano! —exclamó furioso—. Nota mental: llamag mañana mismo al ayuntamiento paga pedig que agueglen estos caminos de tiega.
Él era así, capaz de pensar en cualquier solución disparatada con tal de no reconocer su torpeza. Se levantó de manera desmañada dando todavía algún que otro traspié y luego se sacudió el barro como mejor pudo. Todavía estaba tratando de adecentarse cuando sonó su intercomunicador.
—¿Pero qué quegán ahoga? ¿Es que no pueden dejag que me lama las heguidas en paz? —En realidad lo único que tenía herido Tontinus era el orgullo.
—Holt a Tontinus. Hay novedades. Repito: Holt a Tontinus. ¡Conteste! Hay novedades. Cambio.
—Tontinus a Holt. Espego que sea impogtante. He descubiegto la nave y me diguiijo hacía ella. Me está distgrayendo de mi objetivo. ¿¡¡¡Me oye bien!!!?: ¡¡¡me está distgrayendo de mi objetivo!!! —hablaba a la subinspectora a voz en cuello: ni podía ni quería disimular su enojo—. Cambio.
—Holt a Tontinus. Estupendo, venga hacia aquí y nos vemos. Le espero. Ah, y… no hace falta que grite, que casi le oigo sin necesidad de intercomunicador. Cambio.
—Tontinus a Holt. ¿Cómo dice? ¿Qué significa ese «venga hacia aquí»? ¿Dónde está usted ahoga mismo? ¡Explíquese mejog! Cambio.
—Holt a Tontinus. Pues lo que ha oído, que le espero en la nave. Es exactamente donde estoy.
«¡Maldita sea! ¿Cómo ha podido pasag? ¡Ella ha llegado pgrimego! Esta gueptiliana es todavía más lista de lo que yo cgreía».
—Y eso no es todo, inspector —continuó Holt ajena todavía al estado de cólera que se había desatado en Tontinus—. Estoy con una niña. Solo sé que se llama Cris. Se niega a contarme nada más. No para de llorar y de decir incoherencias. Cambio.
—Tontinus a Holt. No… no haga nada hasta que yo llegue. ¿Me ha oído bien?: ¡Nada! ¡Bajo ningún concepto! Cogto y ciego.
Terminó de recomponerse y luego se dirigió hacia la nave caminando. Ahora que sabía que Holt ya le había ganado por la zarpa no tenía ningún sentido seguir corriendo. Cuando llegara el momento ya pensaría en algo que le hiciera quedar por delante de ella. «¡La iniciativa les llega a los que saben espegag!». Era una frase que se decía a sí mismo cuando las cosas no le salían bien, algo que en los últimos tiempos le estaba ocurriendo con más frecuencia de la que deseaba.
Llegó en cinco beleniminutos. De cerca, la visión de la lanzadera le dejó con lo boca abierta e hizo que se olvidara del enfado durante un momento. Se trataba de un cacharro verdaderamente imponente, no tanto por el tamaño, que no era espectacular, como por su estructura y acabado. En el fondo estaba de suerte. Ese caso podría dar un gran impulso a su carrera llevándolo bien. ¿Cuántos inspectores tendrían una oportunidad como esa a lo largo de su vida profesional?
—¿Qué le ha pasado, inspector? —dijo Holt conforme vio el estado en que llegó—. ¡Si tiene barro hasta en el DBI!
—¡Nada que necesite usted sabeg! —dijo evasivo y otra vez con un humor de cocodráctilo al recordar el percance.
—Si usted lo dice… —respondió indiferente al malhumor de Tontinus—. ¿Qué quiere que hagamos ahora?
—Podgría contagme exactamente lo ocuguido, Holt. ¡Cgriatuguita, si vas en pijama! ¡Estagás muegta de fgrío, con lo que todavía guefgresca en Althea pog las noches!
—Me la encontré a unos cincuenta pasos de aquí entre unos matorrales. Como ya le he dicho, solo sé su nombre. No hay manera de que suelte prenda. Luego me di cuenta de que la nave estaba aquí mismo y me acerqué a investigar sobre el terreno. Me da la impresión de que la niña se ha perdido. ¿Qué hacemos con ella, jefe?
—Hummm… Déjeme pensag un momento… ¿Qué podgríamos haceg? ¿Llamag a una patgrulla paga que la lleve a comisaguía, le hagan entrag en calog y le ofgrezcan algo de comeg, quizás? —Se regodeó en el sarcasmo y disfrutaba de lo lindo humillando a Holt—. ¡Un poco de más de iniciativa, subinspegtoga, que hay que ganagse el sueldo!
Esta vez, sí: intimidada por el tono de Tontinus, Holt cumplió de inmediato la orden implícita del inspector.
—Eso es —asintió ya satisfecho y en un tono más suave—. Nos ocuopaguemos más adelante de devolvegla a su casa. Ahoga, a veg qué hacemos con este tgrasto —dijo refiriéndose a la nave—, que lo pgrimego es lo pgrimego.
—¿Cómo se atreve, Próculo Tontinus? ¿Pero qué me está diciendo del liguero…? ¡Será sinvergüenza! ¡Deje ya de mirarme las patas, so fresco! ¡Cómo siga con esa actitud le denuncio al sindicato! ¡Es que ya no le tolero ni una más!
En ese momento le soltó una sonora bofetada que casi le vuelve la jeta del revés.
—¡Para que aprenda modales!
Nunca en su vida había consentido que nadie abusara de ella y el inspector no iba a ser el primero de la lista.
—Pego… pego… ¿Qué hace? ¿Se ha vuelto loca pog completo? ¡Que eso duele! Me ha entendido mal, Holt. No dije liguego sino pgrimego: ¡PGRI-ME-GO! —aclaró Tontinus tratando de mejorar la pronunciación, sin conseguirlo del todo. Aunque sí lo suficiente para sacar a Holt de su error.
—¡Upss…! —se disculpó Holt al ver la marca que le había dejado en el carrillo—. Lo siento, inspector. ¡Espero no haberle hecho mucho daño! Aunque quizás sería una buena idea que lo tratase un logopeda. Solo para que no le sucedan esta clase de malentendidos.
Un sonoro ¡Brrrrrrrrrrr! fue toda la contestación que obtuvo de Tontinus.
Ilustración original de Juanjo Ferrer para el libro editado por Desafíos Literarios