Berg se quedó mirando a Ripli, que de la impresión se había quedado pasmada. Tampoco él sabía muy bien lo que tenía que hacer. Aun así, salió del árbol y se plantó delante de ella. Casi eran igual de altos. Luego, aprovechando que ella se le había quedado mirando muy fijamente, intentó comunicarse con  Ripli ayudado de su chip. La primera intentona resultó algo ridícula.

—¡Nou teña meido! ¡Nou venio  fare le  naida! —Se dio cuenta de que aquello sonaba muy raro—. Pasa palabra —añadió entonces en lengua belenusina.

Lo cierto es que aprender un nuevo idioma intergaláctico en tan poco tiempo no era una tarea fácil. A Berg le estaba costando bastante acostumbrarse a esa forma de hablar tan diferente de la suya. Pero tenía que seguir intentándolo.

—¡Quiero decir que no me tenga miedo, que no voy a hacerle nada malo! ¡Espero que usted a mí tampoco! —dijo al fin con una pronunciación casi correcta.

—¡Oh, Dios mío! ¡Esto es algo extraordinario! ¡Si hablas como yo! Esto no puede ser casualidad… ¿Tu civilización ha visitado mi planeta? ¿O es que acaso tienes poderes telepáticos? —La teniente seguía con la boca abierta, aunque ahora por motivos bien diferentes: no comprendía cómo alguien en el otro extremo del universo podía conocer el lenguaje terrícola.

—¡Que va! ¡Ya me gustaría, no se crea! Nada de eso. Todo es gracias a mi chip.

—¡Qué maravilla de invento! ¿No? Me gustaría saber cómo funciona —la científica que llevaba dentro se moría de curiosidad—. ¿Y dime? ¿Dónde estoy? ¿Por aquí son todos como tú? ¡Pero si pareces un lagarto gigante! ¡Y, además, bípedo…!

—¡Reptiliano, si no le importa! Y sí, se puede decir que aquí en Althea, que es la capital del planeta Belenus, hay muchos como yo. ¿Y usted, de dónde viene?

—Provengo de una galaxia muy lejana llamada Vía Láctea. Mi planeta se llama Tierra, pero hace mucho que no voy por allí. En realidad, se trata de una larga historia. Pero dejémosla para otro momento. Ahora lo que necesito cuanto antes es reprogramar a la Prometheus y regresar a la Tierra. Por cierto, yo soy la teniente Elena Ripli. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas? A Jonás ya veo que lo conoces.

La conversación había alcanzado un grado de fluidez más que aceptable. Se estaban entendiendo bien.

—Mi nombre es Berg Smirnok. Y dígame… ¿Prometheus es el nombre de su nave?

—Eso es. Veo que eres muy listo.

—Prometheus es muy guay. Pero tiene que saber que no soy el único que la ha visto. ¡Hasta el ejército está ya metido en el ajo! Tiene que marcharse de aquí antes de que la descubran. Si la pillan, jamás regresará a la Tierra, se lo garantizo. Estoy seguro de que más de uno ha pensado para usted planes muy siniestros.

—¡No me digas! ¡Nunca lo hubiera sospechado!

Entonces Jonás maulló y comenzó a ir alternativamente de las piernas de Ripli a las patas de Berg. Parecía encantado con el encuentro entre la humana y el reptiliano.

—¿Sabe, teniente? Su mascota es muy molona. Las que nos gastamos por aquí no son tan pacíficas. ¡Cómo te descuides te arrancan un dedo de un bocado!

—¡Gracias por el aviso, Berg! ¡Lo tendré en cuenta, si es que decido alargar mi estancia en este planeta!

Entonces Berg se quedó pensativo. Se le había pasado el entusiasmo al acordarse de su hermana. Ripli se dio cuenta de que había algo que preocupaba a su nuevo amigo.

—¿Qué te pasa? Te has puesto muy serio.

—¡Es que…! ¡Es que…  yo también estoy metido en buen lío! ¿Sabe?

Y la puso al corriente de todo lo ocurrido desde el abelenizaje hasta ese momento, incidiendo especialmente en el hecho de que la policía tenía a Cris y que no podía volver a casa sin ella.

—¡Anda! Pero si resulta que eres tan solo un niño. ¿Cómo no me había dado cuenta?

—Mi madre siempre me dice que soy demasiado alto para mi edad. ¡Será por eso…!

—Vale —dijo Ripli—. Yo te ayudo a recuperar a tu hermanita y tú me ayudas luego a dar esquinazo a todos esos que me persiguen. ¿Te parece una buena idea?

—¡Sííí! ¡Sííííí! —contestó Berg con vehemencia dando palmas al modo reptiliano.

—¡Pues no se hable más! ¡Manos a la obra!

Entonces oyeron el motor de un transporter y corrieron a esconderse tras unos matorrales de romerisco gigante. Al frotarse contra las ramas un olor campestre inundó el ambiente.

—Tu planeta huele muy bien. —Ripli todavía tenía grabado en la pituitaria el aire viciado de la Nostramo y, en menor medida, de Prometheus.

—Teniente —reflexionó Berg—, estamos en un bosque, en plena naturaleza. ¡Normal que huela bien! Pero no diría eso mismo si la llevara a tres o cuatro sitios que yo me sé…

Interrumpieron la conversación al observar que Tontinus y Holt se les acercaban. Todavía tenían a Cris en su poder y discutían de manera acalorada. Como siempre, el inspector no era capaz de admitir su error.

—¡Holt! ¿Ve como aquí no hay nada? ¡Ya le dije que ese bgramido ingfragueptiliano pgrocedía de otgra pagte!

—¡Se equivoca, Tontinus! Estoy segura de que salió de por aquí.

—¡Ya vegá! ¡Pog su culpa nos iguemos con las manos vacías! ¡Se la va a ganag, se lo adviegto! ¡Le pondgré un parte pog este incidente!

—¡Mire, teniente! —le dijo Berg a Ripli—. ¿Ahora que están distraídos, por qué no aprovechamos para ir a por Cris? ¡Por todas las Deidades Reptilianas, teniente, el grito que soltó! —se guaseó el chico—. ¡A mí todavía me zumban los oídos! Por cierto: la felicito por tener tan buenos pulmones. —El niño se había vuelto a animar—. Porque usted también tendrá pulmones, ¿no?

—¡Claro que tengo pulmones! A ver si te vas a creer que los reptilinos sois los únicos.

—¡Reptilinos no, reptilianos!

—¡Bueno, repti lo que sea! ¡Qué más da! —dijo la teniente restándole importancia a su equivocación—. Iremos por detrás de esos matorrales para que no nos vean.

Tontinus y Holt, enfrascados en el rifirrafe, no se dieron ni cuenta de su maniobra y al cabo de unos beleniminutos Ripli y Berg llegaron al transporter patrulla.

Cris no había resistido el cansancio y dormía plácidamente en al asiento trasero. Berg la sacudió por el hombro. Ella se pegó un buen susto y a punto estuvo de emular a la teniente en aquello del grito, pero su hermano reaccionó a tiempo de hacerle callar.

—¡Chissst! ¡No pasa nada, Cris! ¡Venimos a buscarte!

—Pensaba que a lo mejor te habías olvidado de mí —le respondió haciendo un puchero—. Te prometo que yo no les he contado nada, Berg. De verdad que no.

—Ya lo sé, Cris —dijo Berg mientras le ayudaba a bajar del transporter, ya que el vehículo era muy alto.

Cuando Cris estuvo en el suelo y pudo ver a Ripli y a Jonás puso los ojos como platos, pero no dijo nada porque venían con su hermano en el cual, a pesar de todo lo que le hacía rabiar, tenía plena confianza. Y más ahora que había regresado a buscarla.

—Te presento a la teniente Ripli y al gato Jonás, del lejano planeta Tierra —le dijo Berg en cuanto volvieron a estar a cubierto.

—¡Hola, Cris! —dijo Ripli saludando con la mano al mismo tiempo—. ¿Tú también puedes entenderme? —Cris asintió con la cabeza.

Como ella había nacido unos beleniaños después, tenía instalada de serie la última versión del chip y no necesitó actualizarlo.

El gato, también la saludó a su manera: ni corto ni perezoso, se le subió de un  salto y empezó a ronronear en su regazo. Y allí estaban todos ellos reunidos, formando un cuarteto de lo más particular. Como equipo no tenían precio: una niña y un preadolescente reptilianos en compañía de una mujer terrícola con su bonita bola peluda con ojos.

—Jonás es un bichito muy mono —dijo Cris en el idioma de la alienígena—. Me encanta que tenga un pelo tan suave. Da mucho gusto acariciarle la barriguita ¿Y… vosotros sois los alienígenas? —se atrevió por fin a preguntarle a Ripli.

—Eso parece —repuso la teniente muy concisa.

—¿Sabe? Cuando sea mayor seré astronauta como usted. —Y Ripli sonrió complacida.

—¡Eres asombrosa, Cris! —intervino Berg—. Has utilizado tu chip para hablar en el idioma terráqueo sin equivocarte ni una sola vez. ¿Cómo lo has hecho? Si me hubieras oído a mí cuando lo intenté al principio te hubieses partido de la risa.

—Pues no sé. Me ha salido solo —contestó con humildad.

Entre tanto, Tontinus seguía insistiendo en que por allí no había nada y ordenó a Holt que volvieran al transporter. Él se montó, como siempre le gustaba hacer, en el asiento del conductor y puso en marcha el vehículo, dejándole a ella el del copiloto. A pesar de que apenas habían dejado sola a Cris durante los pocos beleniminutos que duró su infructuosa búsqueda, la subinspectora, que siempre se mostraba muy diligente, echó una ojeada al asiento trasero para cerciorarse de que Cris seguía durmiendo como un bebé.

—Inspector —dijo en un tono circunspecto—, tengo algo muy importante que decirle.

—¡Déjeme adivinag! ¿No me diga que pog fin ha guepagado en lo apuesto que soy?

—¡Ojalá fuera eso, señor! —Se daba cuenta de que acababa de meter la pata y trató de arreglarlo sobre la marcha—. No quiero decir con esto que usted no sea un reptiliano atractivo, claro que no…

¿Pero qué le estaba diciendo a ese tío…? Eso no era propio de ella. Holt no llegó a terminar la frase. Prefería mil veces que se le llenarse la boca de estiércol antes que decirle alguna otra frase aduladora a Próculo Tontinus, aunque que fuera por equivocación, así que le soltó la bomba a bocajarro:

—Inspector Tontinus, siento decirle que la niña, Cris, ya no está con nosotros.

Tontinus frenó en seco. Por suerte llevaban los cinturones puestos, lo que les evitó dejarse los dientes en el cristal delantero.

—¿Me está diciendo que la hemos pegdido?

—Eso es, inspector. Veo que lo ha comprendido. Ha debido bajarse del transporter mientras estaba estacionado.

—¿Pego qué vamos a haceg ahoga? —gritó mientras se echaba las zarpas a la cabeza de manera un tanto violenta.

—Inspector, tenga cuidado no se vaya a sacar un ojo —le dijo Holt ajena a su desesperación.

Tontinus cambió de táctica y comenzó a darse coscorrones contra el volante. Aquel caso no hacía sino irle de mal en peor. Se dio cuenta de que había llegado el momento de hacer un alto en el camino para reflexionar.

Ilustración original de Juanjo Ferrer para el libro editado por Desafíos Literarios