Como solía decir Tontinus, a grandes males grandes remedios. Las cosas se habían complicado cada vez más. La misión que habría tenido que encumbrarle estaba siendo un completo desastre. Primero apareció el entrometido ese de Berg, al que tuvo que poner en su sitio y meterle un poco de miedo para que se mantuviese alejado del tema. Luego la intrusión de los militares en aquel asunto que él y solo él estaba llamado a resolver. Y ahora, para colmo, había perdido a la niña antes incluso de poder averiguar quién era o cómo había llegado hasta las proximidades de la nave. Llegado a este punto, no le quedaba más remedio que dar la alerta. Una niña extraviada era una cosa muy seria en Althea. Si llegara a pasarle algo, la opinión pública se le echaría encima y adiós a ese ascenso por el que suspiraba desde hacía años.

—Holt, pase el aviso de manega inmediata. A nuestgros amigos los militagues, también —añadió con un toque de ironía—. Hay que encontgrar a esa niña, Cgris,  como sea.

—¡Lo que usted diga, inspector! —Holt cumplió la orden de Tontinus y luego le dijo—: Ya he pasado el parte. ¿Ahora qué quiere que haga?

—¡Hummm…!  ¡Déjeme pensag un momento…! A veg, cgreo que lo mejog segá que nos dividamos. Así abagcaguemos más campo. Usted, ya que está empeñada en que el grgito salió de aquí, quédese pog esta zona. Yo guegrguesagué a la nave con el tgranspogteg. Ahoga que la niña ha desapaguecido, el cogonel Quagtich no tendgrá excusa paga echagme otgra vez de allí

—¡Como quiera! —respondió lacónica.

En qué mala hora se le había ocurrido a Tontinus contar con ella para esa estúpida misión. Pensó en Clark, que a esas horas debía dormir a pata suelta y deseó con todas sus fuerzas estar junto a él al calor del hogar. Pero no le quedaba más remedio que cumplir con su deber. Sabía, desde el día en que sintió la vocación de policía, que aquella era una profesión de lo más sacrificada, y lo había aceptado con todas sus consecuencias, aunque en ocasiones le resultase duro.

Tontinus se marchó en el vehículo dejando sola otra vez a Holt, que se dirigió hacia el lugar del que ella estaba convencida que había salido el chillido. Era una avezada exploradora y sin la molesta compañía del inspector pudo husmear a sus anchas y encontrar un rastro fresco de pisadas. Algunas parecían de reptilianos, pero de las otras no tenía ni idea. Tal vez fueran de animales exóticos, pero estaba segura de que nunca había visto aquel tipo de huellas. «¡Mira qué bien! A Tontinus no le va a gustar tener que darme la razón otra vez. Sin duda, me acabo de llevar el premio gordo. ¿Pero sabes qué te digo? ¡Qué se jorobe! ¡Menudo pedazo de inútil está hecho! ¡No sé cómo habrá podido llegar a inspector!».

Siguió las huellas y al cabo de un rato se dio cuenta de que se dirigían hacía la nave. Cuando ya estaba muy cerca, oyó unas voces que hablaban en un extraño idioma.

—Teniente, ahora es imposible que pueda acceder a la nave. Sigue vigilada. El coronel Quartich y el capitán Farrus no se han movido en toda la noche. ¡Para colmo, se les acaba de unir Tontinus! ¿Qué hacemos? —le preguntaba Berg a la teniente.

—Tendremos que pensar en alguna maniobra de distracción. El caso es que ahora mismo no se me ocurre nada. A ver… —Ripli se quedó meditando durante unos instantes con aire de preocupación.

Se daba la casualidad de que como Holt, y en realidad todos los belenusinos, también tenía su chip instalado el cerebro, sin proponérselo siquiera, entendía aquella lengua extranjera. Aunque como a Berg le había ocurrido primero, también tuvo que descargarse la última versión para poder traducir bien todas las palabras.

La subinspectora caminó un poco más hacia las voces para ver quiénes eran. Se quedó ojiplática al observar el extraño grupo conformado por la pareja de belenusinos y la de terrícolas. Tuvo que emplear toda su capacidad de autocontrol para reprimir un grito de asombro que pugnaba por salirle de la garganta, pero necesitaba observar un poco más antes de actuar, de modo que acabó conteniéndose.

—¿Por qué no nos vamos a casa? —dijo Cris que estaba muy cansada.

Para alguien que todavía dormía más de doce belenihoras al día, pasarse toda la noche en vela yendo de acá para allá, estaba resultando una tortura.

—¡Ah, pues no sería mala idea! —contestó Berg, que también estaba agotado—. Nuestra casa es el último sitio donde la buscarían, teniente.

—¿Pero os habéis vuelto locos? —saltó Ripli—. ¿Qué iban a decir vuestros padres? Creo que no se mostrarían conmigo muy comprensivos…

—¡Ellos no tienen por qué enterarse! Mi hermana y yo nos ocuparemos de todo. ¿A qué sí, Cris?

—¡Claro! Tú puedes esconder a Ripli en tu habitación y yo a Jonás en la mía. —Se había encaprichado del gatito, que se mostraba especialmente cariñoso con ella—. ¡Así los papás no los verán!

—¡Chicos, recapacitemos un momento! —dijo Ripli con cara de escepticismo—. A ver, Berg: ¿Pero no era a ti a quien Tontinus tenía entre ceja y ceja?

—¿Ceja…? ¿Eso qué morros es? —preguntó Berg.

—¡Ah, sí! Que los reptilinos no tenéis —reconoció Ripli mientras señalaba esa parte de su anatomía.

—¡Reptilianos! Ya se lo he dicho un montón de veces. Se dice reptilianos. ¡No es tan difícil, caramba! —Berg, se molestó por tener que corregirla de nuevo.

—Claro, reptilinos, lo que yo he dicho.

—¡Lo que usted quiera…! ¡Ya veo que no hay manera de que lo diga bien! Además, no se ponga tan chulita, que no tendremos cejas de esas, pero tenemos tres párpados en cada ojo y usted solo dos.

—Me refiero a que el tal Tontinus no se tragó para nada lo que le contaste en el interrogatorio. —Ripli trató de centrar de nuevo la conversación, que se estaba saliendo de madre por momentos—. ¡Ea, que no se fía de ti! ¡Ergo: te tendrá vigilado! —Parecía que Ripli le presuponía a Tontinus más inteligencia de la que verdaderamente atesoraba.

—¿Y ahora por qué habla tan raro? —dijo Cris—. No entiendo lo último que ha dicho, teniente.

—No importa Cris, guapa. Que Tontinus tendrá vigilado a Berg porque desconfía de su palabra, solo eso. Volviendo al tema que nos ocupa: en vuestra casa no estaré segura. Habrá que pensar en algo diferente.

—Aún así, será más seguro que quedarse aquí, al menos por esta noche. Conozco mis derechos como ciudadano y no pueden entrar en una casa sin una orden judicial. Nadie se atrevería a despertar a ningún juez a estas horas para obtenerla —concluyó Berg con una sonrisa triunfal en los labios.

«¡Oh…! ¡Este niño sabe más que la Belenipedia! ¡Hay que ver lo espabilado que está para su edad! —musitó Holt todavía incrédula ante lo que acababa de oír—. ¡Por la Gran Madre Reptiliana! ¡Pero si es que están todos compinchados!».

Mientras discutían sobre si volver o no a casa, Jonás había saltado de los brazos de Cris y se dedicaba a juguetear con las alimañas silvestres que había por la zona. Desde que estaba en plena naturaleza se le había despertado su instinto depredador, y de qué manera. Persiguiendo a una especie de roedor diminuto se escabulló hasta donde Holt los observaba escondida. En cuanto estuvo a su lado perdió el interés en la presa y se puso a husmear y restregarse por sus patas. El gato estaba feliz por encontrarse con otro ser de esos tan amigables. Pero la reacción de la subinspectora ante su presencia fue muy diferente de la que tuvieron los hermanos Smirnok.

—¿Y tú de dónde has salido, sabandija? ¡Apuesto a que también eres alienígena! ¡Quita, bicho! ¡Déjame en paz! ¿Pero qué es lo que quieres?

Holt quería mantener la posición para no perder ripio de lo que decían, ahora que la conversación estaba candente, pero no podía evitar ir retrocediendo conforme Jonás avanzaba en su exploración. Aunque le avergonzara admitirlo, ese animalejo extraño le daba miedo. ¡Mucho más que los delincuentes del tres al cuarto con los que solía vérselas a diario! Al recular, tropezó con una raíz y se cayó de espaldas. Jonás aprovechó el momento para acercársele a la cara y comenzó a chupeteársela con gran entusiasmo.

—¡Puaj! ¡Qué asco! ¡Deja de lamerme de una puñetera vez, que empiezo a perder la paciencia! ¡Te vas a enterar, bicho inmundo!

Mientras tanto, Ripli se había dejado convencer por los niños de que lo mejor sería ir a su casa. Iban ya a marcharse cuando la teniente advirtió que Jonás había desaparecido. —¡Es que no puede parar ni un momento, el condenado! —se lamentó la teniente.

—Se fue por ahí —apuntó Cris, que era la única que lo había visto marcharse.

—¡Pues todos a buscarlo, que no lo podemos dejar aquí solo! Como lo pillen y averigüen que venía con usted, no sabemos qué cosas tan horribles le podrían llegar a hacerle—dijo Berg preocupado.

—¿Quién ha dicho que no podemos dejarlo? —le contestó Ripli, que estaba más que harta de los caprichos del minino y ya le daba igual la suerte que corriera.

Pero los niños no le hicieron caso y fueron tras él. No habían andado ni diez pasos cuando se lo encontraron subido en el torso de Holt y mortificándola a base de lengüetazos. La subinspectora, que era muy aprensiva, aguantaba el chaparrón de lametones inmóvil y con los ojos y la boca bien apretados. ¡A saber qué clase de microbios le podría contagiar aquel ser de otro mundo!

Cris agarró enseguida al animal. En ese momento, Holt, que no sabía muy bien cómo había terminado por librarse del «feroz atacante», abrió los ojos todavía conmocionada.

—¡Subinspectora, usted también…! —exclamó Berg decepcionado—. Pensaba que estaba hecha de otra pasta, pero ya veo que es igual que Tontinus.

—¡Eh, sin insultar! ¡Que aunque no lo parezca, tengo mi dignidad!

La verdad es que, tirada todavía en el suelo, con el vestido arremangado por la cintura, descalza de una garra y con todo el maquillaje corrido por obra y gracia de los chupetazos de Jonás, no lo aparentaba en absoluto. Sin embargo, estuvieron de acuerdo en concederle el beneficio de la duda.

—¡Para que quede bien claro: yo también odio a Tontinus! —les dijo mientras se incorporaba y se estiraba el vestido para colocárselo bien—. ¡Tengo pesadillas con ese reptiliano! ¡Ojalá me pudiera librar de él de una pastelera vez!

—¡Fantástico! —repuso Berg guiñándole con descaro el ojo a la subinspectora bajo la atónita mirada de todos las demás—. En ese caso, estará dispuesta a ayudarnos. ¿No?

Ilustración original de Juanjo Ferrer para el libro editado por Desafíos Literarios