Alicia y Lola se conocían desde el instituto, donde habían congeniado desde el momento en que se habían conocido. Aunque muy distintas, tanto en el físico como en su forma de ser, lo cierto era que se complementaban a la perfección.

Alicia era alta y espigada mientras que Lola era algo más baja de estatura y con curvas bastante más exuberantes. Alicia, que era más bien pelirroja, con los ojos de color miel, y con una piel tirando a pecosa, a la que, con el paso del tiempo, había llegado a odiar cordialmente, envidiaba en secreto la tez clara de Lola y sus preciosos ojos azules. Esta, sin embargo,  hubiera matado por tener una figura tan esbelta como la de Alicia.

Cuando eran  apenas unas adolescentes, solía ser Lola la que ligaba en primer lugar, aunque al final, sin saberse muy bien el porqué, el chico más guay casi siempre acababa en compañía de Alicia. Mira que no habían tenido discusiones cuando ambas habían compartido el interés por un mismo pretendiente. Aunque, en la mayor parte de las ocasiones, la cosa acababa en acuerdo y preferían no pisarse el terreno la una a la otra.

Sus temperamentos también eran muy diferentes, mientras que Lola siempre había sido descaro y viveza, el comportamiento de Alicia era, por lo general, más bien tímido y reflexivo. Sin embargo, con el devenir de los años parecían estar intercambiando los papeles. En los últimos tiempos, era Lola la que se estaba volviendo más prudente y Alicia, por el contrario, más dispuesta a lanzarse a aventuras peligrosas.

Asimismo, sus caminos se habían separado en un cierto momento, ya que después de cursar juntas toda la secundaria Lola quiso ir a la universidad, licenciándose en historia del arte, mientras que Alicia prefirió prepararse para ser peluquera, algo que le tenía sorbido el seso desde que era bien niña.

Ocurrió lo típico en estos casos, que los buenos deseos no se acompañaron de acciones concretas y las llamadas se fueron espaciando en el tiempo hasta que terminaron desapareciendo por completo, quedando su amistad apartada en un rincón del olvido. De esta manera pasaron unos años separadas, sin apenas ningún contacto, incluso habían llegado a perderse la pista del todo.

Un día, la casualidad quiso que Lola entrara en el salón donde Alicia realizaba las prácticas de peluquería. Ambas se llevaron una inmensa alegría por ese reencuentro fortuito, y cayeron en la cuenta de lo mucho que se habían echado de menos durante esos años en los que se habían dejado de lado.

Decidieron entonces que, pasara lo que pasara, su amistad permanecería incólume por encima de todo, y así había sido desde ese momento, aunque todo hay que decirlo, se resintió un poco cuando Alicia comenzó más en serio su relación con Ignacio.

Pero al cabo de un tiempo, una vez pasado ese momento inicial en el que los enamorados se comportan de esa manera tan egoísta en la que se quieren de forma casi exclusiva para su mutuo disfrute, Alicia, fiel a su amistad con Lola, había sabido encontrar tiempo para dedicarle a su amiga.

Ahora, transcurrida casi una década desde que dejaran el instituto, ya eran mujeres adultas: Alicia tenía veintiséis  y Lola era casi un año mayor, andando cerca de los veintisiete. Cada una llevaba su vida, aunque solían verse con cierta frecuencia, para no volver a descuidar esa relación que casi habían dejado morir de inanición un tiempo atrás.