Alicia se despertó esa mañana sabiendo que era su último día en Fontina. En cierto modo, le dio algo de pena. La pura verdad es que allí no lo había pasado tan mal. Había encontrado muy buena gente y la habían ayudado en momentos bastante difíciles para ella. Pero por otro, lado deseaba retomar las riendas de su vida, que por tan extrañas circunstancias se le había desbocado, como un caballo impetuoso.

Se levantó vigorosa y tempranera y bajo a desayunar antes que María.

—Si quiere, yo la puedo servir —le dijo la cocinera.

—No, esperaré a María. No tengo ninguna prisa. Gracias de todos modos         —replicó Alicia con educación.

Al cabo de unos minutos esta hizo su aparición y se sorprendió al ver a Alicia levantada a hora tan temprana.

—Me gustaría que hoy desayunaras conmigo, ¿puede ser? —le inquirió Alicia en un tono  bastante zalamero.

—¡Pues claro que sí!, mi niña.

Fue al mostrador, preparó una bandeja, con dos servicios de desayuno y volvió a la mesa. Se sentó junto a Alicia y una vez servidos los cafés empezó la conversación.

—Pues tú dirás.

—Bueno…, ya sabes que me marcharé mañana, tan pronto como tenga listo el coche. Después de todo, ha sido una delicia estar aquí. Solo quería darte las gracias por como me has cuidado estos días, y despedirme tranquilamente, porque mañana, a lo mejor, con el equipaje y las prisas…, quizá no tenga demasiado tiempo.

—Me alegra que te haya gustado Fontina.

La voz de María sonaba cálida y dulce, cualidades que, además, tenían la virtud de traspasar la frontera física de su cuerpo y contagiar a quien las escuchaba. Siempre daba gusto conversar con ella.

—Es un lugar perdido, que no viene en el mapa —añadió la buena mujer, queriendo quitarse importancia. Aún continuó—: es muy raro que aparezcan forasteros por aquí.

En ese momento, con sus dos manos tomó la de Alicia, y siguió hablando.

—Para nosotros también ha sido un placer tenerte aquí, y para Alberto, ¡no digamos…!

—¡Ahí es adónde quería yo llegar! —la interrumpió Alicia resuelta—. Alberto es un buen chico. Me temo que sin querer, todo el bien que me ha hecho a mí se transforme en daño para él. Presiento que va a sufrir cuando me vaya. Me gustaría que le prodigaras esos mimos especiales…, ya sabes…, como has hecho conmigo.

—Por mí no quedará, hija mía… Pero ya sabes que los hombres están mucho más indefensos ante los problemas del corazón porque no se abren a nadie y menos a una pobre vieja como yo —contestó con cierto aire de resignación.

—De todas formas, cuídamelo y mira a ver si le encuentras una buena chica de por aquí, que es lo que él necesita.

—Y tú, ¿qué tienes pensado hacer? —le preguntó curiosa—. Ya sabes…, con lo del niño.

—¡Ah!, no te preocupes, mi hijo nacerá a su debido tiempo, con padre o sin él. Por ahora, no tengo problemas económicos, ya que soy propietaria de mi peluquería. Va viento en popa, y por si esto no fuera suficiente, mi familia me adora y acogerá a mi hijo como  al rey de la casa. ¡Va ser el primer nieto! En cuanto a Ignacio… —ahora su semblante se puso algo sombrío dejando que la tristeza asomara por un momento a sus ojos de color ámbar.

»Pues no sé, mis sentimientos ahora mismo son muy confusos —continuó hablando, convirtiendo la conversación prácticamente en un monólogo—, creo que podría perdonarle que me haya sido infiel, pero esa forma que tiene de ver la vida, no queriendo afrontar los problemas, no hablando nunca sobre ellos, me saca de quicio…, y además… —esto último ya lo dijo a modo de colofón—, él nunca ha querido hijos, ya me lo ha dejado muy claro en varias ocasiones y yo no quiero obligarlo a ser padre por la fuerza. Aunque supongo que al menos deberé informarle, o ¿no?

—Sí, creo que será lo más correcto —corroboró María, al tiempo que se levantaban ambas y se fundían en un abrazo.

»Me alegro de que hayas reflexionado tanto y que lo hayas pensado todo con tanta frialdad, pero deja un poquito de espacio también para los imprevistos, porque no se puede vivir siempre a base de cálculos. Ahora me he de marchar —y ya, para dar por zanjada la conversación añadió—: tengo otros clientes que atender. Espero que pases un buen día.

Dicho esto, le dio un sonoro beso en la mejilla y se alejó a todo correr camino de la cocina, no quería que Alicia la viera embargada por la emoción.

Alicia, por su parte, pasó el resto del día  recorriendo esos lugares que tanto habían llegado a gustarle, hasta que llegó rendida, a la hora de la comida. Luego, como había tomado por costumbre desde que llegara, subió a su habitación  a leer su novela y a descansar un poco.