John Green estuvo esperando aquel momento durante toda su vida. Desde que era capaz de recordar. Toda su existencia la había pasado planeando la venganza, trazando aquel plan en el que cada movimiento estaba perfectamente calculado como en una partida de ajedrez. Al nacer le habían tocado negras. Aprendió por las malas lo que aquello implicaba, pero llegaba la hora de asestarle el jaque mate al rey blanco encarnado en la figura de su padrastro. Toda una infancia plagada de violencia y abusos a la que pondría fin en aquel mismo instante. Aprovecharía la ausencia de su madre. En el fondo no era más que una pobre mujer que había tenido una suerte pésima escogiendo pareja. A ella también le habían tocado negras. Quién sabe. Tal vez desde el fondo de su corazón le quedaría agradecida por lo que se preparaba a hacer.

John Green, cuchillo en mano, se dirigió con gran sigilo hacia el dormitorio donde estaba su padrastro. Viéndolo dormir de manera tan plácida, cualquiera podría pensar que se sentía a salvo de todos los peligros, incluso que tenía la conciencia tranquila. Que no se había adueñado con malas artes de aquel hogar  provocando la desgracia de sus moradores. Cuando estuvo lo bastante cerca no tuvo compasión y lleno de furia comenzó a asestarle puñalada tras puñalada: una por cada violación contra el sucio jergón de su habitación; otra por cada golpe de hebilla que había desgarrado su carne llenándola de cicatrices; las siguientes por cada noche pasada en el frío suelo del sótano… y así hasta quedar ahíto de su sangre impura.

Al terminar, John Green salió con la ropa limpia y olor a recién duchado. Estaba dispuesto a comenzar una nueva partida en el tablero de su vida.