Es el último día de Carnaval. El salón está repleto. Hace una hora que la busco y no logro hallarla.

La conocí en el baile de la semana previa a los Carnavales, el domingo más precisamente. No me gustan los bailes en general y mucho menos en estas fechas, pero Ariel, mi amigo, me había pedido que lo acompañara pues la chica que a él le gustaba iría con una amiga. Ellos desaparecieron de la vista en menos de una hora y la amiga no me dió ni bola y se fue a bailar con el primero que la invitó. Y yo, como decimos en el barrio, me quedé de garpe.

Entonces la ví. Estaba sola en una mesa entretenida con el celular. “Es de las mías” pensé. Su disfraz era de bailaora flamenca. Su cabellera renegrida y brillante hacía juego con el atuendo. Cuando me acerqué, detrás del antifaz, sus ojos negros relampaguearon junto con su sonrisa. Mi vestimenta era el ambo verde que uso todos los días en quirófano. Total si siempre opiné que es un disfraz más que un uniforme, para este caso vendría bien. Sólo debía ponerme un antifaz porque era obligatorio para ingresar y éste me lo prestó Ariel que tiene una colección.

—¿Tampoco te divierte esto? —le pregunté.

—Te estaba esperando —me dijo.

—¿Cómo es eso?

—Bueno, es una forma de decir. Tenía que haber alguien que pensara como yo.

—¡Ah! Pensé que me conocías —dije con alivio.

—Nunca descartes nada.

Seguimos conversando toda la noche. Nos despedimos con un largo beso prometiéndonos encontrarnos el sábado siguiente. No aceptó, a pesar de mis ruegos, que la acompañara a su casa.

Cuando llegué el sábado ella ya estaba allí. Me pareció más bella todavía que el domingo anterior.

—Llegaste temprano Rodolfo —me dijo.

Me di cuenta entonces que no habíamos compartido nuestros nombres.

—¿Cómo sabes mi nombre? —le dije.

—Me lo debés haber dicho —respondió sonriendo.

—No me acuerdo. ¿Cuál es el tuyo?

—Mora

—Te sienta —le dije besándola.

Pasamos tres noches increíbles aún cuando no logré convencerla de hacer el amor pero igual nos abrazamos y besamos mucho. Hablamos de mi vida, de mi trabajo, de mis sueños. De ella sólo pude saber que trabaja en algo así como asesora de viajes.

—¡Aqui estás! —suena su voz a mis espaldas.

Giro pero no encuentro a la bailaora. En su lugar hay una figura con una túnica negra, con capucha, desde la cual me miran unos ojos rojizos.

—¿Por qué cambiaste tu disfraz? —pregunto.

—Hoy vine sin disfraz —me dice. Mi nombre real es Morta, una de las Parcas. Mi tarea es llevarte. ¿Vamos?