Revisó el equipaje por última vez, su marido, a regañadientes, le había concedido su deseo, accedió a realizar ese viaje que deseaba desde hacía tanto tiempo. Carnavales en Venecia; góndolas, máscaras, aquello sería una maravillosa aventura.

En el aeropuerto se reunió el grupo de amigos al completo, todos con una sonrisa inmensa, todos menos él, parecía que lo llevaban a la fuerza. ¡Qué poco le gustaba viajar! Siempre hacía los viajes con sus amigos, puesto que él se negaba en redondo, pero esta vez había conseguido convencerlo, era Venecia, era carnaval y era su gran amor, nada podía salir mal.

Llegaron al hotel, estaba impaciente por ponerse su disfraz, sería Colombina y él su Arlequín, siempre le había gustado esa pareja y ahora se convertirían por unos días en la pareja más popular de los carnavales. Estaba dichosa.

Quedaron en el hall del hotel, todos estaban perfectamente disfrazados de sus personajes preferidos, le costó adivinar quién era quién, pero era más divertido de esa manera.

Ella cogió de la mano a su marido y salieron junto al grupo a las calles de Venecia, habían quedado para ver el desfile de la tradicional Feste delle Marie, al día siguiente tenían previsto presenciar el Il Volo dell’Angelo. La emoción la embargaba, se sentía tan dichosa que nada le podía amargar aquel viaje.

Apareció un grupo de mujeres con sus maravillosos disfraces, parecían las doce Marías. Se vio arrastrada por ellas y envuelta en sus bailes, reían y cantaban porque habían sido liberadas de las garras de los piratas por el Dux. De pronto no supo donde estaba, la habían arrastrado y al verse libre de ellas no encontraba a su marido entre tantos arlequines. Se empezó a poner nerviosa, tampoco conseguía ver a ninguno de sus amigos, había tantos disfraces iguales que le era imposible reconocerlos.

Llamó a gritos a su marido, a todos y cada uno de sus amigos, el corazón se le salía del pecho. Una mano agarró la suya, Arlequín, menos mal, ¿dónde te habías metido? Bueno, ya daba igual, menos mal que estás aquí, me había asustado.

Por fin se reunió de nuevo el grupo, pasaron una tarde y una noche fabulosas, su marido estaba desconocido, disfrutó tanto que pensó que a partir de aquel viaje la querría acompañar siempre, el único problema es que con las máscaras los besos no sabían igual, y habían quedado no quitarse las máscaras hasta no volver al hotel, sería como en los albores, allá por el siglo XII, todo estaba permitido siempre y cuando nadie supiera su verdadera identidad.

Al amanecer cada uno se fue a su habitación. Estaba agotada. Se tiró en la cama sin siquiera encender la luz, algo inesperado estaba sobre el colchón. Se incorporó de golpe. Encendió la luz. Su marido yacía sobre un charco de sangre.