Eloísa se miró al espejo y sonrió complacida. El vestido de hada que le había hecho su madre para el baile de carnaval, era maravilloso. Las capas de tul se superponían sobre una falda tornasolada, creando un efecto de luz que hacía que el vestido pareciese brillar.

Sobre la cama, un par de alas traslúcidas completaban el disfraz.

«Un poco más de purpurina en los ojos y labios y ya estaré lista», pensó con satisfacción.

La fiesta de carnaval, que culminaba con el baile tan esperado por Eloísa, se desarrollaba en el salón de actos de la escuela Nº22, a pocas cuadras de donde ella vivía.

Eloísa cerró la puerta de su casa y fue a pie hasta llegar al colegio. Este estaba adornado con mil banderines multicolores de papel crepe e iluminado con luces navideñas que parecían titilar al son la música.

Su timidez, propia de muchas jóvenes de trece años, hizo que se quedara en un rincón de la estancia. Miraba embelesada  cómo algunas parejas bailaban, riéndose. No se animaba a acercarse a la pista de baile ya que acababa de ver a Juan, su eterno amor imposible, bailando con Laura.

Eloísa se escondió detrás de una columna y se quedó allí viendo como todos se divertían. En ningún momento se dejó ver. Sentía que su traje no era tan hermoso como había creído y que su maquillaje inexperto había quedado mal.

Veía a Laura bailar, dando vueltas por el salón, poniéndose y quitándose el antifaz con un aire pícaro.

«El año próximo quizás me anime. Seré mayor y Juan podría fijarse en mí», pensó, sintiéndose reconfortada ante esa idea.

Antes que el baile finalizase, Eloísa se marchó a  su casa. Aún sin haber bailado, se sentía feliz.

 

Lucía fue hasta la habitación de su hija, vio el disfraz de hada sobre la cama y lo dobló; plegó cuidadosamente las alas y guardó todo en el ropero.

Las lágrimas bañaban su cara al recordar el accidente de la semana anterior. Aún podía ver la cara de ese conductor borracho que embistió en la vereda a su niña, matándola instantáneamente.

«Hubiera sido un hada preciosa; la más bonita del baile de carnaval», pensó llorando, mientras cerraba la puerta del cuarto de Eloísa.