Las calles estaban desbordadas de gente, repletas de personas en ambas direcciones, un hervidero de vidas de diferentes clases y de todo tipo de razas y de multitud de orígenes, se concentraban en plazas, esquinas y canales de la bella Venecia. No se podía dar un paso sin que empujases o tropezases a alguien. Era comprensible dadas las fechas, pero algunos no parecían entender que esos días eran especiales y que de una manera u otra todos se beneficiaban de aquellos días de apretones y de prisas y ponían pegas a todo. Todos se esforzaban en encontrar la pieza o el adorno que hiciera especial su disfraz. También Manuel iba en busca de su máscara y era una prioridad en ese momento. Ella le estaría esperando en el puente de Ricci y no avanzaría hasta él si no veía aquella mascara en sus ojos. Las calles vivían con asombro las ocurrencias y el ingenio con que se inventan todo tipo de atuendos relacionados con la época dorada en la que se ambienta el carnaval.
María se encontraba terminando de vestirse había escogido un traje aterciopelado y una mascaran con dorados y morados en torno a sus ojos y de su pelo bajaban hasta su mejilla unas notas musicales. Manuel ya tenía esa referencia. Había recibido un correo esa misma mañana con los detalles.
En las calles todo se vivía con una locura desmedida, en medio de un desenfreno y de una lujuria se desatan pasiones que viven del escarceo y la alegría del momento. La ciudad del romanticismo cabalga sobre las calles con mayor o menor conciencia, y se divierten en un espacio envuelto en un aurea mágica que lo consiente todo y que todo tamiza con su velo.
Entre tanto dos figuras se sienten cada vez más próximas, recorren los rincones más singulares uno en dirección al otro. Nerviosos se niegan las palabras por miedo a ser reconocida su identidad, presos de la envidia de los que les rodean se ven obligados a fingir, pues pondrían en peligro su amor declarándoles culpables de su felicidad. Su amor se expande con la cuaresma. Están cansados del tumulto de la ciudad y de los chismes entorno a ellos que ya conocen, pero solo durante estos días pueden así, pasar desapercibidos. Llegados al punto de encuentro María no se atrevió a moverse y siguió adelante. El llevaba la rosa en sus manos pero no la máscara de arlequín acordada. Y paso de largo. La miro fijamente a los ojos y se quedó allí plantado en aquella noche de martes de carnaval, bajo la tenue luz del puente de Ricci. Comenzó a llover y su mirada triste se dejó llevar sin fuerzas tras ella. Llegado a su altura dejó que la lluvia empapase su rostro. María se abalanzó sobre su cuerpo al ver su valentía y se dejó llevar por su impulso.
Se abrazaron llenando de risas el puente. Cogidos de la mano se perdieron entre la multitud, sin nombre, sin creencias ni ataduras…en libertad vivieron su amor.