Se acercaba la noche del martes de carnaval. Este año no había podido escaparse de esa fiesta. Nunca le gustaron las fiestas de disfraces. Había alquilado un precioso vestido, aunque hay quienes lo llamarían disfraz, de época, azul y negro, con un antifaz en los mismos colores al más puro estilo veneciano. La verdad es que ese vestido la sentaba bien. Y no le desagradaba la idea de divertirse vestida de esa manera.

La gente disfrazada perdía la compostura. Y si bebían ya era insoportable. Para ella ir disfrazada no era nada extraordinario, ella disfrazaba cada día sus sentimientos, sus emociones, sus pensamientos. Hace mucho aprendió a ocultar su verdad a los ojos de los demás con el único fin de proteger lo poco que quedaba de ella.

Quizás, solo quizás esa noche de carnaval, su primera noche de carnaval, fuese capaz de quitarse su disfraz y dejarse ver tras ese antifaz.