El Carnaval no es una de mis fiestas predilectas, pero es una fuente de ingresos para mi bolsillo. Cada vez tengo más clientela interesada en mi trabajo para estas fechas, deseando que les cosa un bonito disfraz.
Sin saber por qué, hace ya unos años que recibo una misteriosa caja, en la cual hay instrucciones para confeccionar un traje, unas maravillosas telas que se mueven entre mis dedos como si estuvieran vivas y una nota que me indica donde entregarla una vez acabado; o en mi portal un día que yo no esté o en una dirección en particular. Todos los encargos son diferentes pero a la vez tienen una cosa en común, son trajes de época.
Nunca elegí entregarlo en persona porque no sabía qué me podía encontrar, y tampoco me importaba mientras me dejaran el sobre con el dinero pactado. Pero ese Carnaval era diferente, estaba cansada de tener una vida tan aburrida, solo centrada en mi trabajo. Necesitaba vivir una aventura, algo que me devolviera los años de juventud que había malgastado detrás de esos hilos y esas telas que me tenían tan absorta casi los 365 días del año…así que me quité la barrera del miedo e inseguridad y salí precipitada de casa una vez tuve claro a dónde dirigirme.
Después de una hora larga conduciendo, encontré el camino de tierra situado a las afueras de la ciudad; al final, una casa que parecía abandonada. Me dispuse a golpear la puerta cuando se abrió emitiendo un gran chirrido. Al otro lado había un chico joven que llevaba una máscara acorde con el traje; curiosamente, esa vestimenta era la pareja del vestido que había cosido.
El joven hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera. Nos adentramos en la gran mansión por un pasillo que conducía a un gran portón que abrió con una llave dorada. No entendía nada. ¿Quién era aquel muchacho tan bien plantado que al parecer estaba interesado en mi labor? Me miró fijamente a los ojos diciéndome que me pusiera el atuendo que llevaba en la caja y me entregó una máscara. Después tenía que dirigirme a la puerta que estaba a mi derecha, por la que él salió; hice lo que me pidió.
Cuando abrí la puerta mis ojos no daban crédito a lo que tenía frente a mis ojos; una enorme sala llena de personas que llevaban puesto todos mis disfraces de encargo especial y máscaras de diversas modalidades. Ojeé la estancia y allí estaba él, tendiéndome la mano para iniciar el baile. ¡Fue una noche de ensueño!.
A partir de ese día, el Carnaval es uno de mis días preferidos y deseado gracias a “mi Ángel del Carnaval”.