¿De aguacate? ¿En serio? ¡No me fastidies hombre!
No, si encima la culpa era mía por esperar al último momento a recoger el disfraz.
¿A quién podía ocurrírsele montar una fiesta de disfraces originales? ¡A mi jefe, estaba claro!
Trabajo en una innovadora empresa de marketing y al lumbreras de mi jefe se le ha ocurrido realizar una fiesta de carnaval divertido para celebrar que habíamos conseguido la cuenta nueva.
Yo no era una chica fea, de cara siempre habían dicho que era bonita pero mi cuerpo curvi no casaba con el resto de espaguetis de mis compañeras. Todas eran rubísimas, monísimas, altísimas, delgadísimas y todo aquello que rimara con –ísimas, además de haber pasado por el rompe bragas de mi jefe.
La única que se libraba yo, y estaba claro porqué, porqué mis –ísimas no rimaban con los suyos, yo era listísima, cabezotísima, ingeniosísima y una brujísima de cuidado cuando las cosas no salían bien, por eso era la adjunta de mi jefe.
Cuando entré en aquella fiesta con mi ridículo disfraz de aguacate, luciendo a través de un agujero, mi único abdominal, creí que nada más en el mundo podía ser peor, hasta que me enteré del jueguecito de mi jefe.
Al parecer cada disfraz tenía su mitad y teníamos que encontrarlo, la pareja que primero se encontrara ganaba una bonificación de mil euros en su nómina del mes que viene, así que como iba corta de pasta me dispuse a encontrar mi medio aguacate en medio de esa fiesta de más de trescientas personas.
Había de todo, pollos desplumados, pizzeros en pelotas con una caja estratégicamente colocada, olivas rellenas, . Estaba claro que cuando mi jefe se ponía, se ponía.
Entonces oí una voz que me susurraba al oído
– Me encantan los aguacates ¿vas a dejar que te coma esta noche? –ya está el graciosillo de turno, me giré para decirle a ese pedazo de neardenthal que el único aguacate que se iba a comer era el que tenía entre sus piernas. Pero cuando me di la vuelta y el mundo se detuvo. ¡Oh my god, pedazo de Aguacate!, todos los vellos de mi cuerpo se pusieron en plan punki, es decir, me ericé como una gata en celo. Ahí en frente de mí estaba el padre de todos los Aguacates.
Un pedazo de moreno de metro ochenta con un fantástico par de hoyuelos en sus mejillas, no pude evitar recorrer su plano abdomen cubierto de bultitos, estaba claro que yo era la mitad que se había llevado el hueso y a él no parecía importarle.
Había encontrado mi premio que no eran los mil euros sino mi medio Aguacate.