La pobre muchacha estaba agobiada.
—A ver, lobo, que de verdad que lo siento. No quería gritar de esa manera ni echar a correr como loca, pero es que ¡el susto ha sido tremendo!- No, si yo no te culpo, hija. Entiendo que si una persona va por el bosque, abstraída en sus pensamientos, con prisa por no llegar tarde y de pronto le asalta alguien como yo, se asuste. Lo que pasa es que lo tuyo ha sido increíble y por eso he gritado yo también. No había oído esos agudos en mucho tiempo, y soy viejo y he visto de todo, ya te digo.
— Sigo pensando que deberías darte a conocer. Un poquito de publicidad positiva. Si en cuanto hablas eres un encanto. La gente debería saber eso de ti. Si quieres yo puedo interceder un poco en este asunto. A fin de cuentas, voy para asistente social y dicen que voy a ser de las buenas. Sería una oportunidad de oro poder hacer mi primer trabajo contigo.

-—Que no, Cape, que no. Si a mí en cuanto me ven abrir la boca y ven la fila de incisivos ya se acojonan. Y se les nota. Se lo huelo. Ese olor a rancio que da el miedo es inconfundible. Me molesta mucho, la verdad. Es como a trapo viejo y sucio y me da un asco… Me entra por el hocico y se me arruga de la angustia que me da. Y claro, al arrugar el hocico, más enseño dientes. Más miedo. Más asco. Más angustia. Es un no parar hasta que me da la arcada. Y piensan que es gruñido y ya salen despavoridos corriendo y gritando “el lobo, el lobooo”. Total, un desatino todo.
—Yo creo que a lo mejor si te intentaras peinar un poco todo ese pelaje. No sé, un buen cepillado. Y andar un poco más derecho. La cola más metida entre las patas. No husmear tanto por el suelo también ayudaría. Da la sensación que buscas presa haciendo eso.

-—Mira, no me hables de cepillar el pelo. Lo hice. Y parecía un pompón. Totalmente ridículo para los de mi especie. Si mi padre levantara cabeza… Mas derecho no puedo andar, te recuerdo que voy a cuatro patas. Intenta tú andar derecha a cuatro patas. La cola, si la meto entre las patas me tropiezo y me caigo. Y lo de andar husmeando lo da ser un cánido. ¿Qué quieres? ¿Que sea el hazmerreír de los mi especie? No, Cape. No hay solución. Escondido estoy bien. Además, somos huraños y solitarios. Nos gusta ser así. Nos enorgullece este modo de vida. Aunque reconozco que una conversación de vez en cuando también es entretenida.

Anda. Sé buena niña y venga. Echa a andar y ponte a dar gritos avisando que me has visto, y así me dejan tranquilo otra temporadita. Eso sí, te lo pido. Ven a visitarme de vez en cuando. Y trae otro buen pedazo de tarta, pero que no tenga nueces. Se me meten entre las muelas y es un incordio quitarlas. Ve con cuidado, hija. Que lo que sí he visto, son osos, y esos sí que son malos.

(Historia de Cape y Antón, el lobo. Seguimos investigando porqué Perrault le dio el giro que le dio tan dramático. No era necesario, la verdad. La amistad duró años, hasta que trasladaron a Cape a un hospital comarcal, no sabemos si para tratarla de la esquizofrenia por sostener que este relato era verídico, o por que consiguió su anhelada plaza como asistenta social. También lo seguimos investigando).