“Relatos de abuela”

El viento silbaba como nunca lo había hecho.
Y se colaba a través de las rendijas de los postigos de madera que estaban en mal estado, de la ventana de la cocina.
Encima del hule que cubría la pequeña mesa que estaba en la cocina, ella dejo el lápiz, la goma y sus escritos a punto de ordenar.
Desde los cristales divisaba grandes remolinos de arena que subían y bajaban como si de un carrusel de feria infernal se tratara.
Rayos, truenos. Una cortina de agua trajo la gran tormenta que avanzaba por la solana subida en un trotar de caballos.
Toda esa baraúnda de sonidos hizo que ella no escuchara el chirriar de la puerta de la entrada. Un escalofrió le recorre por dentro, las zancadas ya estaban allí, algo caliente corría por entre sus muslos.
No tuvo tiempo a reaccionar y poder esconderse como cada noche hacía.
Con un dolor intenso en su abdomen, encorvada en el suelo, pudo ver como sus relatos eran destrozados y después quemados en el fuego que ardía en la chimenea. El sonido ensordecedor, arranco los postigos de la ventana, que volaron hasta la puerta del patio que había enfrente.
Muda de espanto, ella miro sus manos, estaban húmedas, pegajosas, el agua que había en la jarra de cristal se volvió roja de pronto.
Recogió los jirones del viso color avellana anudándolo como pudo.
Se lo había puesto aquella mañana debajo del vestido de todos los días.
Los cielos se abrieron, escampo la tormenta, el viento amaino a las olas como presagio de liberación.
Ella, corrió hacia la orilla de la playa, descalza, empapada en sudor, lágrimas y sangre.
Mas redonda que nunca estaba la luna llena, miraba expectante los gritos de aquella mujer desvalida, de cómo aparto el miedo de tantos años.
Pequeños montículos de nubes quedaron en segundo plano, sin atreverse a hacer sombra a la luna que había cogido primera fila.
Casi desnuda, poco a poco, el viso y toda ella la cubrió el agua de aquel mar inmenso. Se borraron las huellas de sus manos, la garganta se fue inundando de sabor a sal.
Se terminó el miedo, el acoso, y como era ultrajada cada noche como una muñeca de trapo.
Las tres marías la mecieron en su caída…
¿Cómo sucedió? –¡No lo supo nunca!
En el suelo de la cocina el líquido rojo tapaba un cuerpo semi desnudo.

Francisca Morato Oliva.

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