Hace diez años que la enterramos. Recuerdo que su caja bajaba despacio hacia su tumba eterna. Según echaban tierra sobre el ataúd yo iba maldiciendo su persona, escupiendo su figura. Sentí, por fin, una felicidad sorda, inhumana, que me llevó durante unos meses a ir cada día a su sepultura a cerciorarme que estaba bien sellada, que jamás podría salir de allí ni su fantasma, pero me equivoqué.
Una tarde, antes de la hora del cierre del cementerio, fui. Había una luz extraña junto al nicho, pensé que sería por la hora, pero justo en ese momento sentí que algo se posaba en mi hombro izquierdo. Miré y vi una mano apenas sin carne cuyos huesos se estiraban y se encogían como un gusano… Sé que desde entonces ella me persigue como los espectros de noches malditas donde toco los infiernos…
Me desperté con la angustia prensada al cuello del pijama. Tan nervioso estaba que no atiné a dar la luz ¡La madre que me parió! He chocado contra esquinazo del pasillo. Esta manía mía de caminar a oscuras un día me va a llevar al mismo cementerio y no podría vivir entre huesos y fantasmas.
En fin, parece que me he tranquilizado y que la pesadilla ha pasado. De un tiempo a esta parte mis sueños son oscuros, cada día más. Primero aparece un gato negro con el rabo puntiagudo y ojos como dos luciérnagas y me dice “Paco, la has cagado” Después sus pezuñas comienzan a arrancarme a jirones el pijama; me pongo cachondo con el gatito pero, a continuación, sus menudos y afilados colmillos me asestan un mordisco en la yugular; me desangro, me voy evaporando hasta una luz incandescente mas, cuando voy a traspasarla, escucho de nuevo la voz que dice “Paco, otra vez meando fuera de la taza” Y siento como mi cuerpo cae al vacio hasta estrellarse en dos ojos como los de una luciérnaga; es mi suegra.
Desde hace diez años su fantasma me acosa, ¿dónde puedo denunciarlo?