GRACIAS A NUESTROS PATROCINADORES
“El inspector Tontinus y la nave alienígena”, de Avelina Chinchilla
“Botas de hule”, de Arturo Ortega
“Mar de sueños azules”, por Mar Maestro.

 

La noche era tan oscura que parecía que sólo existía la parte de mundo que alumbraban los faros de mi coche. Subía un puerto de montaña con interminables curvas e intensa lluvia. Era invierno y los árboles sin hojas emergían de las tinieblas a mi paso, como si pretendieran darme caza, pero quedaran paralizados al ser iluminados. En la radio sonaba un programa cutre de sucesos paranormales que incrementaba el mal rollo de mi situación. Giré el dial para cambiar de emisora y no encontré nada en todo el rango de frecuencias, ni siquiera la que estaba oyendo antes. Desvié la vista de la carretera para comprobar el dial y al levantarla de nuevo casi se me para el corazón al ver, en plena curva, a una chica haciendo autostop.
No podía dejarla ahí, estaba empapada y pálida.
—¿Dónde vas? —le pregunté recuperándome del susto.
—No encuentro mi casa —respondió con la voz más dulce que había oído jamás.
—Puedo ayudarte si quieres.
La invité a entrar. Retomé el camino de curvas. Vi que temblaba y subí la temperatura de la calefacción. Su piel parecía de porcelana. Sus ojos negros estaban llenos de tristeza. Seguía temblando. Su ropa fina y empapada mostraba más de su cuerpo que la propia desnudez, sentí vergüenza y evité volver a mirarla a pesar de ser el ser la mujer más bella que había tenido ocasión de contemplar.
—¡¡Frena —gritó aterrorizada —, esa es la curva en la que me maté!!
Frené sin pensar y cuando logré detener el coche, ella había desaparecido.

Es una leyenda contada miles de veces que siempre acaba ahí, pero no conmigo. Yo volví a buscarla; fantasma o viva, me había enamorado de ella.