Mil emociones asaltaban a Julieta, a cuál de todas más poderosa. Rabia, despecho, tal vez tristeza. Todas ellas pugnaban por asomar tras esa máscara de mujer digna que se había colocado por primera vez en la vida.

—Oh, Romeo, ¿cómo has podido hacerme esto? Engañarme con Rosalina —le reprochó—. ¿Cómo habéis podido los dos? —apostilló indignada, tratando todavía de sobreponerse a la situación—. Confiaba en vosotros y me habéis traicionado. Ni te imaginas cómo me siento  ahora mismo. Es que os haría picadillo.

—Entiendo que estés molesta, pero te aseguro que es lo que parece. Quiero decir que no es lo que parece…. —se corrigió sobre la marcha.

Sabía que Julieta no se creería aquella patraña, pero en el fondo se sentía aliviado de que al fin  hubiera enterado de todo. Llevaba semanas estresado por tener que mentir para mantener a las dos mujeres engañadas.

—¡¿Molesta?! No se te ocurre otra cosa mejor que decirme —soltó una carcajada histérica que heló la sangre a Romeo—. De modo que me apartas de mi familia, me obligas a renunciar a mi trabajo, a mis ilusiones. Controlas mis amistades, mis horarios, hasta la ropa que me pongo. Como una tonta, por amor he ido concediéndote todo este poder sobre mí. Y me acabas de poner los cuernos con mi prima, esa que te había despreciado y por la que la que llorabas por los rincones.

Entonces Julieta se plantó delante de Romeo, con la mirada firme, fija en la de él y dijo:

–¿Sabes qué? Que sí, que tienes razón estoy molesta, pero también harta, desencantada y asqueada de ti. Pero después de todo, te estoy agradecida por abrirme los ojos, aunque haya sido de esta manera tan brutal. Mejor hoy que dentro de veinte años. Me merezco a alguien mejor que tú, que me quiera tal y como soy, que no quiera cortarme las alas. Esta casa ha sido una jaula para mí, pero a partir de ahora voy a volar libre. En cuanto me vaya podrás meter a la guarra de Rosalina. Vaya tía, y eso que también es una Capuleto.

Julieta sacó una maleta del altillo y empezó a meter todas sus cosas de manera un tanto desordenada, mientras Romeo la miraba sin dar crédito a su reacción. Ella siempre se había comportado de manera insegura. Era esa Julieta dulce y apocada por la que se había sentido atraído. Pero ahora la veía con una fuerza que quizás siempre había estado ahí, pero que él desconocía y que le hacía parecer todavía más deseable. Pensó que lo de Rosalina no había sido más que un pasatiempo, era por Julieta por quien lo había arriesgado todo. No podía dejar que se marchara. No, no podía. Era suya, la había conquistado. Se la había ganado.

—Mandaré a alguien a por lo que falta —dijo Julieta una vez hubo cerrado a duras penas la maleta cuando ya estaba a rebosar y disponiéndose a salir.

Romeo la agarró por detrás para intentar detenerla. Ella se quería marchar, pero Romeo era más fuerte. Forcejearon unos instantes. Ella trató defenderse, pero sin saber cómo acabó rodando por las escaleras. Acabó yaciendo inerte con un hilillo de sangre asomando por la comisura de los labios y Romeo supo que estaba muerta. Entones, en un arrebato, fue a buscar la escopeta de caza, se sentó junto a ella y se descerrajó un disparo en el pecho.

Photo by Matriozka