Aquel día me levanté, tenía y quería tener una conversación contigo, sabía que estarías allí, era obvio, era lógico, no cabía duda para ello. Sabía que como siempre me escuchas, siempre lo haces. Desayuné y fui a la ducha, ya había elegido mi ropa, pero cambié de opinión y elegí otra. Me maquillé ligeramente, perfumé mi cuello y peiné mi corto pelo, tenía que aparentar una plena satisfacción, estar feliz por salir de este encierro voluntario, al que hace tiempo me someto por mi propia voluntad, y todo para ir a verte, bueno, mejor para conversar contigo. Tomé un medio de transporte público que me llevaría a ese jardín donde me había citado contigo, la única panorámica floral que no hubiese querido encontrar cuando hablase contigo aquella mañana. Pero entonces allí al pie de aquella puerta hice un paréntesis en mis pensamientos, y regrese a casa, estaba convencida de que en cualquier lugar estas a mi lado, no necesitaba estar enfrente de una lápida con un nombre para sentir que me permites seguir viviendo, vestir de colores y sentirme feliz, porque hablo contigo hermano, allí donde sea.