El viento ululaba a través de las rendijas de la puerta y las ventanas. No encajaban bien dejando espacio para que se colara también el frío y el agua. Soplaba con tanta fuerza que hacía crujir la vieja madera descolorida y cuarteada, aumentado la sensación de desamparo. Era su primera noche de guardia y se sentía sólo a pesar de tener a dos compañeros durmiendo en la parte de abajo. Ellos ignoraban la tormenta, a la que se habían acostumbrado después de varios meses en aquel inhóspito lugar. Cuando miraba por la ventana sólo veía oscuridad. De vez en cuando un rayo la rasgaba y el resplandor dejaba ver, por unos instantes, el monte y el camino que rodeaba el torreón. Corrían muchísimas leyendas sobre aquel lugar, casi ninguna buena. Afectaba tanto al entorno hostil como a las personas que allí convivían. La noche anterior tampoco había podido dormir por culpa de la cama y las chinches que la habitaban, de los ronquidos, del frío y del pavor que sentía. Aquello más que un paréntesis en su vida , era una fractura en la juventud que nunca recuperaría aunque sobreviviera. Acababa de empezar pero ya sabía que le dejaría una huella profunda: a unos metros bajo tierra o en su alma.