Algo había cambiado. Quizá un milímetro o tan solo un suspiro, no sabia exactamente qué, ni cuanto, pero en la habitación se respiraba un halo intranquilo, como cuando un peligroso perturbado te vigila por la espalda.

Se giró sobre si mismo un par de veces, esperando encontrar a un psicópata a su espalda, acechando y resguardado tras las cortinas o el sofá, para estrangularlo, pero no encontró nada de eso. Desvió los ojos hacia los visillos traslúcidos, y se dibujaron tras ellos algunas líneas abstractas,  aunque no parecían desvelar la presencia de ningún cuerpo humano.

Sus pies se clavaron al suelo, adheridos con fuerza a las losetas de mármol, como si desde el centro de la Tierra una fuerza premonitoria le advirtiera de un gran peligro, una desgracia sin limites. Sintió la inmovilidad en su cuerpo, la rigidez del terror en su cuello, y comprendió que algo malo, terriblemente malo, estaba pasando. Convencido plenamente de que había alguien dentro de casa, volvió a repasar la estancia con la vista.

Sin embargo, las cortinas seguían si moverse, ni se apreciaban las puntas de unos zapatos bajo los visillos. Observó la puerta una y otra vez y comprobó que el cerrojo estaba echado. Nadie había podido entrar.

Pero entonces ¿Qué diablos está pasando aquí?, se preguntó… Y llevándose las manos a la cabeza, vio claro el origen de su miedo…

-¡No! ¡Otra Vez, Nooo! ¡Me he vuelto  a dejar al niño en el super!