Es curioso cómo estás rodeado de gente que está asolada, como casas, como torres, murallas incluidas, a tu alrededor, y sin embargo no eres consciente de ello hasta que ves tu propia destrucción. Cómo eres igual a ellos.
Empatizas casi de inmediato, reconociendo esos ladrillos a sus pies como los tuyos propios. Intuyes qué ladrillos te servirían. Cuáles prestarles. Cómo colocarlos, dónde, en qué orden.. Incluso en qué modo deberíais volver a reconstruiros todos. Como formando una aldea. O una gran ciudad. O un pueblo costero. Lo ves de inmediato. Un flash directo a tu cabeza y presientes que sería bueno, que podría ser, es un buen proyecto.
Sin embargo tus labios se quedan sellados y la lengua como muerta. Los ojos se secan mirando toda esa devastación porque ya no hay lágrimas ni para ti ni para ellos. A veces simplemente tu cuerpo y tu corazón saben que no hay posibilidad, y dejan de funcionar. ¿Para qué?
Y esa intuición que nació siendo una esperanza se queda enterrada bajo tierra. Muy dentro. Hondo. Como toda tú.
He ahí el secreto. Surge otra luz con una clarividencia cegadora. Enterrada. Bajo tierra. Cuídala. Quizá brote.
De pronto en el fondo de tu mente, palpita la luz de una vela, oyes el mar, hueles las olas, el viento te acaricia la cara y el aire entra en todo tu cuerpo meciéndote desde dentro, igual que una nana, y devolviéndote la calma. Y ves el sitio exacto donde vas a construir tu torre. La que te hará otra vez fuerte. ¿Alguien más quiere?