Cansado, harto de sus desprecios, sus rechazos y su reticencia, hoy había decidido confrontarla. No más postergaciones, ni horas de espera, ni agasajos menospreciados. La esperó donde siempre. Sin embargo, ésta vez contaba con un buen argumento y algo que ella no podría rechazar. Cuando Laura llegó, esbozando su habitual gesto de fastidio, él la enfrentó munido de toda su entereza y determinación. Entonces, por fin sucedió.
Sintiéndose muy satisfecho, Carlos depositó el más tierno beso sobre los labios de Laura y, con una sonrisa, se marchó tarareando una dulce melodía. Luego, arrojó lejos el estuche del obsequio que ahora Laura lucía sobre el pecho, mientras reposaba sobre un gran charco de su propia sangre.

 

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