Ni siquiera sabía por dónde empezar.
Los meses pasados habían dejado polvo por todas partes. Los muebles tenían una capa blanquecina bastante desagradable para una persona tan estricta como ella.
Miró a su alrededor y frunció el ceño en un inequívoco gesto de enfado mientras buscaba un lugar dónde dejar su maleta. Con un suspiro la dejó junto al sofá y se dirigió a la cocina temiendo encontrarla en el mismo estado que el salón.
Se equivocó. Estaba peor.
Resignada, salió al jardín, se sentó en un banco lleno de hojas y cerrando los ojos dijo:
“¡He vuelto…”.