Abrió los ojos tanto como podía y no vio nada. Sólo oscuridad, una repentina ceguera. No podía ser, sería una pesadilla.
–”Despierta Lourdes” –pensó.
Pero era real, seguía aturdida pero no dormida. El corazón le iba a mil mientras el cerebro trataba de poner calma.
–“Tranquila. Evalúa la situación”.
Pero el pánico la desbordó medio segundo después. No se podía mover. Estaba amordazada, desnuda y atada en cruz en una cama a oscuras. Creyó ver un trémulo reflejo casi imperceptible a su derecha. Quiso pedir socorro pero sólo conseguía guturales gruñidos.
–“Tranquilízate Lourdes, respira. Te has preparado para esto. Que el pánico no te venza”.
Notó un cosquilleo en sus pies y sus piernas. Hace años, en un quirófano, la durmieron de cintura para abajo. Recordaba esa sensación en las piernas como si fueran de corcho. Notaba la presión, los cortes pero no el dolor. Ahora sentía esas cosquillas igual. Pero había algo más en el ambiente. Un olor dulzón que reconocía. Olía a sangre.
Quiso levantarse pero sus piernas no respondían. Comenzó a transpirar a borbotones. Ahora nada podía sacarla de ese estado de pánico.
–”Haz memoria Lourdes ¿Cómo llegaste aquí?”
Recordó que había dejado a su compañero en comisaría pasadas las diez de la noche. Quería repasar unos informes del forense y, de paso, escribiría un relato para un concurso.
–¿No vas a participar tú?
–No.
–¿Por qué? Tú me descubriste la página de desafiosliterarios.com y ahora estoy aprendiendo en taller de relatos.
No sé Alex, me parece que los textos quedan forzados cuando hay que escribir una dirección web. Es por publicidad, lo sé, yo haría lo mismo si fuera mía, pero ya colaboro escribiendo en ella y dándola a conocer a todo el que puedo. Manda un relato, escribes bien. Yo me voy a casa.
¡Fue entonces! …ahora lo recordó. Cerca de casa, un borracho se cayó en la calzada delante de su Volvo. Fue a socorrerle pero ya sólo recordaba el fuerte olor del cloroformo. Después se despertó aquí.
Los ojos se le salieron de las órbitas. Tomó consciencia de lo que pasaba y lloraba por las certezas sobrevenidas.
El reflejo a su derecha era él y sus gafas de visión nocturna. Tenían su ADN gracias al semen que dejaba en el suelo, pero no estaba fichado. Sabía que estaba muriendo.
Las cosquillas en las piernas avanzaban hacía su vientre. Ahora estaban en todas partes: sus muslos, las rodillas, la vulva. Avanzaban pero de cintura para arriba no estaba anestesiada. Notaba sus pequeños pellizcos sin alma en los pezones, el cuello, el mentón. Podía olerlas, oír sus chillidos infernales mientras hacían su trabajo. Comprendió que era el fin.

Las versiones digitales de los periódicos recogían la noticia a eso del mediodía.
“La teniente Lourdes Castelo, encargada del caso, nueva víctima del asesino de las ratas”.